domingo, 7 de diciembre de 2014

De cómo me encontré un taller de limericks en la FIL y otras tesis denunca acabar


Es que yo estoy haciendo una tesis sobre la adaptación al español del limerick en María Elena Walsh, le dije al incrédulo muchacho. ¿Una tesis? Una tesis. El incrédulo muchacho se llama Pablo Arias y estuvo a cargo de un taller en la FIL niños. El taller tenía por objetivo que los niños escribieran, sí, limericks. Ojalá tuviera una cámara captando mis reacciones por la vida, porque sé que la expresión en mi rostro cuando vi la descripción del taller debe parecerse a eso que llaman maravilla.

Tuve que entrevistar improvisadamente a Pablo Arias y él accedió con mucho gusto. Resultó que el taller era difícil, justamente porque los niños no están acostumbrados a ese tipo de texto así, tan sin sentido, tan contrahecho, tan disparatadamente libre, tan feliz en su subversión. Lo primero que me sorprendió es que no les daban a leer limericks a los niños, sino que los hacían surgir mediante ilustraciones. Primero armaban a un personaje extraño que tenían ellos en un rompecabezas con imanes, y luego se animaban a crear a sus propios personajes muy à la Lear, à la Carroll... à la Walsh.

En ese momento había una niña en acción, una sola en el taller. Había creado a Chestilín, con unas grandes orejas y un ombligo descomunal. Me asombró ver lo fácil que el limerick se le trepó a la oreja y corrió a la voz, que es más o menos como describe el proceso mi querida María Elena. La otra encargada del taller, Daniela Galván, la apoyó en el número de versos y la secuencia de rima y fue escribiendo el resultado en una enorme pizarra negra que fungía como tercera pared del taller, hasta que le salió esta chulada:

Chestilín es un simplón
y está muy orejón,
en el bosque hace malabares
y navega por los mares
y con el ombligo come melón.

Mientras la niña dibujaba a Chestilín en la pizarra, Daniela se acercó a donde estaba yo entrevistando a Pablo. Ella está haciendo una tesis sobre limericks, le dijo su compañero. ¿Una tesis? Una tesis. Y se unió a la plática, también tenía mucho que contarme. Me dijeron que para los papás y los niños es algo totalmente nuevo y que para ellos dos también lo era, porque hasta que les asignaron el tema del taller supieron lo que era un limerick. Igual que yo, que conocí este género precioso hasta que leí la introducción al ejemplar de Zoo Loco que tengo desde mi muy tierna infancia, y el resto es historia.

No saben lo que están haciendo por el limerick, les dije a Pablo y a Daniela, quienes estaban realmente emocionados. Su taller parecía algo incomprendido a comparación de otros donde los niños se formaban por montones, pero en lo que platicábamos comenzó a acercarse gente y formaron un grupo suficiente como para seguir divulgando la palabra del limerick. Qué felicidad. Antes de irme, me regalaron de contrabando los materiales que usaban para el taller y me mostraron un ejemplar del libro de Edward Lear traducido por Eduardo Berti que yo nunca he podido conseguir. Le tomé una foto al libro, a la pizarra, a los talleristas; les dije que instintivamente habían sacado lo mejor del limerick al usar el detonante de la ilustración como Lear, pero poner tanto cuidado en el texto como Carroll y Walsh. Ellos estaban muy contentos, pero no más que yo.

Yo sabía que tenía que venir a esta FIL de Argentina y nonsense, pero no sabía que resultaría tan entrañable. Y por tantas cosas.





          



lunes, 23 de junio de 2014

Jubilar al "Puto"

He buscado exhaustivamente todas las opiniones posibles sobre el asunto del grito que la afición mexicana dirige a los porteros contrarios en partidos de soccer internacionales. El “Archivo Puto". Como en otras ocasiones, leer y escuchar opinadores me deja con un extraño sabor de boca. Sé que no es necesario ni obligatorio erigirse en guía del pensar colectivo, como sé también que cada quien es libre de expresar puntos de vista que pueden cambiar o matizarse con el puro ejercicio de compartirlos; pero no es la primera vez que veo levantarse las voces por una coyuntura que provoca un debate aparente y luego se pierde sin haberse profundizado, es decir, repensado; es decir, convertido en propuesta, en cosa práctica. La prisa por opinar traiciona, hace creer que la primera conclusión a la que llegamos es ya la opinión, cuando no hay nada más lejos de la realidad: volvamos después a esa aparente conclusión y veremos cómo nos va mostrando sus piezas y nos permite armar con ella otras cosas, y otras, que pueden no parecerse a lo que pensábamos que pensábamos.

Porque es posible que al autoevaluar lo que tanto defendemos nos asuste lo que encontremos, y justamente por eso es que el espinoso tema de un insulto colectivo en el estadio provoca puntos de vista polarizados: parece como que se quiere resolver el tema de un plumazo y no volver a pensar en él. Abre tantas puertas, nos confronta con tantas herencias de las que es complicadísimo escapar, que la opinión es más un ajuste de cuentas personal del que podemos salir no precisamente limpios.

Por supuesto que la palabra “puto” estigmatiza un comportamiento sexual considerado fuera del deber ser, como “pendejo” trae consigo intolerancia hacia quienes no llenan la expectativa de inteligencia, “pinche” se trata de minimizar el valor de algo/alguien, “güey” señala una animalidad negativa o “chingón” implica una capacidad sobresaliente para cogerse al vulnerable, al “chingado”. O “tonto”, o “idiota”, o “gordo”: ninguna palabra que se use como insulto pasa la prueba de no discriminación si nos detenemos a analizarla, porque sea cual sea el contexto en el que se aplique, establece a priori una expectativa de mayoría sobre el comportamiento humano. Un estándar implacable que vigila cada movimiento y usa estas palabras como indicadores de que lo que debería ser no está siendo.

En broma, en serio, de cariño o de odio, los insultos son un modo de regular conductas, de advertir a otro que eso que está haciendo no es lo que se espera de él; o de ello, como cuando los aplicamos al clima o al tráfico porque nos impiden sentirnos bien. Pero también los insultos han derivado en un juego defensivo ante la posible vulnerabilidad cuando sentimos respeto, ternura o amor: al llamar "puto" a un amigo o llevarnos pesado con nuestra pareja, reconocemos esa relación como algo fuera del estándar que debe ser mediado, una vez más, por la palabra. El insulto es barrera tras la cual nos sentimos a salvo: el insulto se traga la violencia, pero también el apego y la extrema emoción.

Al despejar desde su marco y  movilizar el juego para su equipo, el portero que circunstancialmente hace de "enemigo" representa lo mismo una amenaza que un aliado, porque aunque es el primer pase de lo que podría ser una anotación, también tiene en sus manos la continuación del juego que nos apasiona. Y el despeje, gesto por lo general carente de peligro real, es el único momento en que la tribuna puede acordar esa secuencia de manos temblando y anticipación del grito cuando el arquero posiciona el balón, y búsqueda de sincronía perfecta de la explosión de voz y el saque. Es un momento de plena teatralidad, de roles acordados que se corporalizan en el personaje Afición y encuentran cauce en el personaje Portero, sin importar cómo se llamen uno u otro.

La Afición futbolera, dice Villoro y sabemos todos, ha sufrido cambios trascendentales con el paso del tiempo. Desde el uso de camisetas que permiten ubicar de un vistazo las preferencias de las tribunas, cosa que antes no existía, hasta la popularización del deporte en medios masivos, la inversión en los clubes y en los propios deportistas o la cada vez mayor influencia de la publicidad en la erección de ídolos, la imagen del espectador se ha visto modificada desde todos los ángulos y esto es una parte importantísima a considerar para entender qué sucede con el “puto”.

La Afición no sólo insulta al contrario, también exige a su equipo categóricamente, incluso violentamente, que convierta esos 90 minutos y ese campo de juego en lo que tanto se ha dicho que son: un espacio de excepción, una fiesta en la que podemos darnos permisos que de otra forma serían imposibles. Los teóricos de lo dionisíaco  y lo carnavalesco estarían muy complacidos de ser citados una y otra vez porque sus ideas de veras parecen encajar perfectamente con esa casi incomprensible transformación que todo aficionado futbolero sufre cuando mira jugar a su equipo. Somos los césares del estadio, dueños de nuestros gladiadores aunque los admiremos: “se deben a nosotros”, repetimos, “sin nuestra lealtad y nuestro consumo no estarían aquí”. Y usamos la voz conjunta para participar con todo este poder que es parte del juego, de lo que sucede en la cancha.

Antes de que la FIFA condenara el grito, a instancias de una ONG vigilante de la no discriminación, quizá nos daba alternadamente pena o risa, o quizá ya lo habíamos condenado interiormente, pero no se nos había ocurrido advertir en público que la Afición estaba incurriendo en una falta grave porque el argumento inmediato en todos estos casos es un “así nos llevamos” que igual vale para dos adolescentes que se golpean entre risas que para un grupo de amigas que en nombre de la sinceridad se juzgan duramente. La Afición se ha empoderado por su carácter de consumidora, y el propio discurso del sistema interno del futbol promueve ese empoderamiento: la tribuna es su espacio y tiene derecho a aderezar el juego como mejor le parezca. Se le dota de alcohol, de comida, de productos relacionados con la marca que es su equipo; se le disfraza del festejado para el cual juegan 22 personas que además de asumir su posición en la cancha tienen el rol de representar aspiraciones, esperanzas y frustraciones.

Lo curioso del asunto del "puto", y lo que nos mueve tanto a todos los mexicanos, es que resulta una expresión más cercana al descuido que a la afirmación. No es lo mismo que los hooligans, o que los vándalos golpeando policías, o que una persona racista lanzando un plátano a un jugador negro, todos ellos statements unívocos, imposibles de defender bajo el amparo de la polisemia como sí ha sucedido con el grito mexicano. No hay una intención de separarse del resto, al contrario: la melodía en dos tiempos absorbe a la totalidad de la afición (si estás en el estadio y no gritas, igual es como si gritaras), y en contraste con cantar "Cielito lindo" o gritar "Sí se puede", no depende de las circunstancias del partido, ni de quién sea el portero, ni del resultado final. Contamos con que el portero no es cobarde, pero le gritamos una palabra de ratones verdes que va dirigida a quien ose enfrentársenos. El "puto" no es personal, literalmente, porque su base es despersonalizar al arquero rival por el decreto de la voz colectiva que en algún momento eligió del inventario de insultos la palabra que mejor explica la dimensión líquida, a veces inaprehensible, de un machismo milenario.

Para mí, que doy clases de Lengua y Literatura en secundaria y prepa, esa posibilidad de sanción hacia una expresión del léxico popular pone en movimiento muchos de los preceptos teóricos básicos que contemplan los programas de estudio y en los que yo misma creo. Para formar hablantes conscientes, el acto de censurar no aporta nada  y censurar un insulto pone en peligro todo el aparato argumentativo: ¿cómo condenar una condena y salir bien librado?

Esto no puede quedar en un "así nos llevamos", pero tampoco en aprovechar la coyuntura para dar sermones cuya hipocresía radica en centrarse en el palabra desde fuera y no en el fenómeno hacia adentro, adoptando el personaje de Pensador-madre que regaña a la Afición-hija por comportarse feo en el estadio y "hacernos ver mal" en acontecimientos deportivos internacionales. Es paradójico que muchos indignados de oficio que salieron a expresar su amplio descontento muestren desprecio al futbol o que no comulguen con la idea de patriotismo. Un aficionado puede intentar explicar en argumentos lo que pasa en el estadio y cómo se trastoca su idea de patria, de juego y de sí mismo, pero costará trabajo porque primero fue el comportamiento mediado por el carnaval y el consumo, y pensar en ello es una dura confrontación; si el no aficionado quiere entrar en su terreno con elaboradas ideas por delante pero no está dispuesto a escucharlo, le está aplicando en silencio la misma lógica de gritar "puto" al guardameta rival, pero sin el handicap del rito dionisíaco. Aguas.

Pedir que se deje de insultar en el futbol, o en la vida, no es para nada reprochable pero sí es ingenuo: después de todo, las palabras cargan con nuestros trapos, limpios y sucios. Pero pedir que volteemos a ver esos trapos sucios y no para buscar la vergüenza colectiva que nos haga sentirnos superiores moralmente, sino para generar conciencia y opciones, eso sí que tiene valor; sin embargo, sólo puede lograrse si quien asume tener una alternativa de pensamiento deja de elegir el tono pagado de sí mismo para expresarla. Me parece más condenable que el grito del estadio cualquier opinador o activista que llegue al terreno de discusión con la espada desenvainada como quien únicamente está continuando un soliloquio ya hecho en el que no hay espacios para el diálogo y el acuerdo. Quienes sólo dan su punto de vista por lucimiento de moral intachable podrán conquistar logros lingüísticos, pero no hay aterrizaje práctico posible para la Afición y quizá no es ésta la discusión correcta para ellos porque hay que estar pensando en muchas cosas al mismo tiempo y unas derriban constantemente a las otras. Y finalmente, la propuesta que se construya sobre este pantano asume que está dejando de considerar argumentos valiosos de otras posibles posturas, pero aun así se sabe necesaria para dejar al menos un hilo de claridad entre el rumor de las voces que se engolosinan desarrollando y se quedan varadas en la isla de Circe, sin recordar por qué estaban hablando de lo que hablaban.

Quitemos el "puto", entonces. Eso es lo que finalmente decidí plantear a mis alumnos, por lo pronto, aludiendo a su propia experiencia con la violencia verbal y a su capacidad de dominio de sí mismos. Que no importe si el portero rival no se siente ofendido o si el estadio es un espacio de excepción que nos da permiso: probemos que no somos esclavos de nuestras ocurrencias y que podemos tomar decisiones sobre nuestro lenguaje. Tengo la hipótesis de que el procedimiento para cambiar no es racional, porque la Afición es un personaje que responde mayormente a la emocionalidad y quizá por esa vía es por la que se podría generar un cambio. Pero eso sí, el menosprecio clasista y la ofensa gratuita no son opción: no es posible imponer nuevas reglas sin entender las anteriores. Y atención, porque el propio sistema del futbol, tan propenso al utilitarismo, tiene en sus estructuras mecanismos que pueden rescatarse para pedir juego limpio también en las tribunas; el insulto al arquero es una curiosa mezcla de simpatía y antipatía que no dejará de estar presente porque ésas son las bases del juego, pero ¿por qué no hacer poco a poco se transforme en otra cosa?

A mí en lo personal el grito me ha dado risa siempre y mi primera postura fue enfurecerme por la amenaza de censura. Pero luego pensé otra vez y lo vi distinto, así que escribí esto que representa un ejercicio de responsabilidad ante lo que he pensado y lo que pienso ahora: que los referentes construidos colectivamente son flexibles y que esa fantasía llamada lenguaje ha probado su capacidad de modelar lo real, de modo que capitalizar ambos hechos puede traer beneficios de praxis. Redimir el grito de "puto" sería el grano de arena más fácil de aportar en la empresa de poner los ojos y la acción sobre otros hechos de violencia física, ejecutados en nombre del espacio de excepción, que han tenido consecuencias terribles y dolorosas. Aunque por lo pronto parezca una magra conquista jubilar la palabra "puto" en un contexto tan acotado como el despeje del portero rival en partidos internacionales, no puedo ver absolutamente nada negativo en intentarlo. ¿Sería positivo, en cambio? Yo creo que sí, quizá mucho. La verdadera cuestión aquí es: ¿resulta viable? Llámenme ilusa panbolera, pero yo digo que sí-se-puede.

domingo, 20 de abril de 2014

Manchamanteles

hay un modo de ver como cuando éramos niños
y un gesto adulto que resulta muy útil
si de obediencia hablamos
consiste en tomar a dos manos la cabeza
de la infancia dispersa
y gentil pero firmemente
obligarla a voltear al punto que acordamos importante

repita: manos cabeza pinza
punto
y vuelta

el rostro de quien gira la cabeza ajena debe
permanecer impasible
no hay razón para exaltarse
el triunfo está más que asegurado desde que hay
un punto
que hemos acordado relevante

la infancia distraída no tiene punto
sino puntos

como cuando se toman
todos los colores adentro del puño
y se colma la nada de una lluvia imposible
cabezas sobre cuerpos imposibles
clave de sol sonriente
y manzanas maduras que permanecen en los árboles
clave de sí y la casa es geometría perfecta
clave de donde el pasto no se pisa porque los pies
no son nunca necesarios
clave de renuncio de antemano al psicoanálisis
si no le gusta mi figura humana déjeme sola
mi página se puede sostener a sí misma
puesta la vista oruga en mariposa

más que puntos son gritos
de guerra tímida
gritos de soldaditos de juguete inofensivos 
nada perturba a quien gira la cabeza ajena
debe
permanecer
impasible

y no importa cuánto se resista la infancia líquida
al final acabará cediendo porque manos
de adulto ganan siempre el mundo
diseñado para acordar qué punto es importante
en mesas que no conocen tacto de crayones

martes, 8 de abril de 2014

Esponjas

Tu sed no es como las otras
terrible esponja
grietas de origen te definen cuerpo
y no puedes parar
sequía marina
no puedes parar de necesito
de siempre quiero más
de siempre alerta de irse
con lo puesto

Yo tengo una poca de humedad
y te la ofrezco
mira en mi pelo
mira en mi sonrisa
ojos recién lavados
la mañana

Pero a ti no te basta terrible esponja
y te llevas pelo sonrisa ojos
con un gesto desdén
porque no soy diluvio
no soy lo que esperabas
sólo húmeda apenas

Hay que volver al agua
curarnos el desierto contagiado de ti
terrible por voraz
por insaciable
pantagruélica bebes
bebes bebes
glooooooooo toda la sed del orbe
me bebiste
toda
terrible
esponja
qué vamos a hacer qué voy a hacer
me bebiste como si te debiera algo

Yo qué me quedo dos cuencas
de barro
resquebrajándose
qué me queda la danza
de la lluvia

sin ánimo de baile

domingo, 6 de abril de 2014

Vertebral: un año de "Verde y humilde"


No importa ya por qué, pero yo estaba perdida y mis letras lo sabían. No sólo lo sabían, lo revelaban. Por eso cuando Edilberto Aldán me propuso escribir para Guardagujas, un suplemento que yo siempre he admirado y en el que ya había colaborado algunas veces, pese a mi aturdimiento y confusión internos sentí que podía funcionar. Me preguntó cuál sería el nombre del espacio y no dudé en responder: “Verde y humilde”, un extracto del Arte Poética de Borges que me había estado dando vueltas en la cabeza y que incluso había considerado para iniciar un poemario. Confieso que al principio no sabía ni de qué escribir e incluso pensé en reciclar un texto de mi blog, pero al final intenté hilar mis revueltas ideas y así escribí mi primera entrega: “Defenestrarse, un manifiesto”, que salió publicada el 7 de abril de 2013.

Dije lo que quería decir, rebuscado porque así estaba yo, rebuscándome, y aunque en ese lapso seguí concentrando mis fuerzas en cosas muy patéticas que me nublaban la vista sobre el milagro de tener un espacio “mío” en la escritura, empecé a pensar de otros modos y me di cuenta de que en mi columna podía platicar de mis proyectos, porque empezaba a tener proyectos. De “Las Catorce Palabras” hablé el 5 de mayo como resultado de un experimento lingüístico tuitero que fue revelador para mí; y en este mismo sentido, el 2 de junio platiqué en “Estado de la cuestión” sobre el rumbo –aunque incierto— que sentía que estaba tomando, el miedo a no decir, a no encontrar por dónde, pero también la certeza de que en caso extremo, podría dedicarme a hablar sobre la imposibilidad de hablar.

Justo entonces fue que empecé a recibir algunos comentarios, y eso me cambió el mundo: nunca había sido leída así, en un espacio que yo considerara mío y con tanta libertad como ahora. Así que para cuando escribí “Y tiene pies”, que salió publicada el 14 de julio, mi percepción sobre mi propia escritura, que es decir sobre mi propio oficio, el que he elegido para comunicarme con el mundo, estaba cambiando absolutamente. Este texto es uno de los más queridos por mí, porque en realidad fue uno de los ejercicios de escritura más honestos que he hecho y me representa en muchas formas. Sobre todo, representa un cambio en mi forma de expresarme, más clara, más consciente, más arriesgada en el sentido de decidir qué es lo importante para mí y dejar de disculparme todo el tiempo por decirlo, como era mi costumbre.

El mero día de mi cumpleaños 33 salió publicada "De antología”, columna en la que por primera vez me quejaba de algo aunque con demasiados rodeos. Pero bueno, empezaba a ver en mi espacio un campo de juego y así conté el 28 de octubre la historia de Luis Miguel en "Metro-a-metro" primera y única vez hasta ahora en la que he entrevistado a alguien para escribir. Por cierto, está pendiente la segunda parte de esta columna porque Luis Miguel ya regresó de completar la ruta de Santiago de Compostela.

Todavía en “El niño que pone el Coco”, publicada el 25 de noviembre, con todo y que me sentía muy insegura quise hablar de un tema que me parecía polémico y del que yo tenía una opinión. Creo que fui demasiado cauta, y quizá nunca deje de serlo, pero me animé. Fue hasta que dejé de lado la concepción del posible público y hablé de mi abuelo cuando me sentí distinta; publiqué “Antonio” el 23 de diciembre y recibí más comentarios, más reacciones, cuando lo único que quise fue contar lo que había pensado con la muerte de alguien tan querido. Y descubrí que ésa es la única manera de ser totalmente feliz escribiendo en un espacio así: dándose gusto a uno mismo, escuchándose.

Lo que siguió fue el 2014: el 19 de enero se publicó "De nunca acabar" y por primera vez me sentí confiada a dirigirme a un lector intuido, porque sabía que al menos alguien me leería. Con “La finta indeleble”, del 16 de febrero, descubrí que poco a poco mi espacio se hacía más habitable y pude armar el que quizá sea el texto más acabado de mis entregas, mientras que con “Carbono Catorce” del 16 de marzo volví a lo muy personal, a mis propias obsesiones, que probablemente puedan ser compartidas por otros o por lo menos, discutidas. Y si bien cada vez pienso en el tono, y si bien cada vez creo que ya está concluida cuando la envío pero luego me dan nervios cuando va a aparecer, también es cierto que cada vez me siento más segura y más contenta conmigo. Eso ya ha sido mi ganancia millonaria personal, fuera de que pueda o no “conquistar” a un lector, que nunca es garantía ni certeza.

Yo no tengo idea de cómo se lea mi columna fuera de mí, aunque por fortuna ahora sé que ya hay más de una persona que la lee y para mí eso es ya un éxito. La verdad, creo que por andar pensando en llegar a las masas, descuidamos la maravilla del uno a uno y finalmente la lectura se trata de momentos íntimos. Cierto que crear muchos momentos íntimos debe ser una gran sensación, pero uno es ya una maravilla; por eso un solo comentario, una sola crítica en serio es la gloria para mí... Para mí, que creo que la fama hoy es un plato que se sirve efímero. Y qué bueno que así sea.

“Verde y humilde” ha sido la oportunidad para dar un salto impresionante en mi yo, cada entrega es muy pensada, muy querida por diversas razones, y el juego personal con el título de la columna cada vez ha adquirido mayores dimensiones. Desde mi punto de vista, el verso borgiano en el original tiene una lectura irónica que yo traduzco en la tensión de mantenerme en la línea del que se disculpa por pensar en público y el que expresa su opinión sin tapujos y aun sobradamente: yo le juego un poco a ambos y en ese juego he ido encontrando cómo sentirme incómodamente cómoda con lo que escribo. Creo que eso es lo mejor y más honesto que puedo ofrecer, y en ese camino sigo hasta que deba seguir.

Gracias profundas a Aldán, gracias a este año, gracias a quienes han leído. Yo soy fan de celebrar los aniversarios que tienen que ver con mis decisiones y mi historia personal; y como ésta no puede contarse sin mi columna, me pareció un buen momento para hacer un alto y un recuento.

Dicho lo cual, sigamos verdehumildeando mientras se pueda.

martes, 1 de abril de 2014

13/Aluminio


Ya no pasarán

Qué pequeñas éramos y qué grande ya la culpa
qué grandes las caderas de la culpa perdóname
siempre llegando al paso nunca quise decirlo
si sientes o si gritas
si excitas
si acaso te emocionas como no se permite brillar a ciertos ojos
si quieres saber más si invades
si el otro se detiene a mirarte cuánta pena
evita evita evítalo evita no prohibido traspaso no discúlpate Alejandra
mira
te damos este saquito azul dispénsame
y aquí adentro las moneditas de oro
que habrás de tragar máquina
lamento importunarte
para que te funcione esa otra voz lo siento
y puedas finalmente qué vergüenza
tener el color justo
que no incomode a nadie lo has logrado
sirve las galletitas
y sonríe.

Tampoco es para tanto.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Aural


el espacio habla idiomas simultáneos
el espacio habla idiomas simultáneos
el espacio habla qué
habla de qué
sin temor a equivocarse
por la línea de la línea de la broma
que es todo
todo esto
todo esto está
todo esto está ocurriendo
en una
millonésima
de piel
en el hueco de la piel del poro menos abierto
entretejido
todo esto está ocurriendo entretejido
todo esto está ocurriendo entretejido en telarañas
todo esto está ocurriendo entretequé
todo esto ocurrequé
todo qué
ocurrirnos ocurrirse a sí mismo
ocurrir que no se lea con los ojos
sino con esas luces
que se quedan
cuando cierras los ojos
las que dijimos cuando nos conocimos
y creímos que éramos de siempre
no sabíamos
no imaginábamos
no todavía
cuánta fuga contiene
un aquí
un ahora
a mí me escuelearon la fórmula
del área y del
vo lu                 men
pero las geometrías son cascos
para nubes son cascos
dígame usted la base
de un jamás
calcúleme la altura
de un estoy
ÁBRAME QUE YA SALGO
a mí que me importa el ojo
de la cerradura o de la
aguja o de la
mujer que me llama como si de reflejo
se tratara por años
por los años que inician
en la punta
de la pe y suben brincan
a la curva de la o y así
prosiguen hasta el desliz
de la ese apuntando al
comienzo
por años años años
simultáneos años
políglotas
poraños
he querido saber
y no he sabido
cuánto espacio
existe
en un final
cerrado
o eso que llamamos

sábado, 22 de febrero de 2014

Simultáneas


Sólo yo sé qué es
lo que abrazo
en lo oscuro
poco antes del sueño
cuando el cuerpo
no sostiene sino
que es sostenido
y suspendidas
sus funciones
de carne puede
tener memoria
de sí mismo puede
traer tactos lejanos
y sonrisas frutales
puede odiar
a breves intervalos
o armar totalidades
con imposibles piezas
porque el espacio
de la no luz no duerme
es arena de piel
contra tejidos in
coloros y limpios in
sonoros terribles
o preciosos o tibios
es instante en pureza
de momento es lo que
soy debajo de lo que
he elegido en diminutas
disyuntivas todos los
segundos todos los
minutos todas las
horas y los restos
diurnos como restos
humanos como restos
meteóricos me esperan
para armar eso todo
que me arropa las pieles
poco antes del sueño
si es que llega
en el peso de ser
y el abrazo de ser
sin rendición de cuentas.

domingo, 26 de enero de 2014

En el desierto


                                                                                                   Gracias, JEP.

quizá sepa ahora de dónde
vienen mis ojos

porque me has dicho 'tus ojos
han llegado a des/tiempo' eso
me dijiste y yo pensaba
si el destiempo es lo único
que sabemos
del tiempo

y ahora
              qué sé yo
que el abandono
me desahucia las manos
más que un adiós bien dicho o un odio
consumado
en las esperas
          ahora
puedo partir detrás del que cruzó
el umbral
del que no volverá pero irá
al llamado de pasos que antes fueron
fueron de ir
han sido
no lo sabemos nunca
ni atinamos a nada

de ahí vienen mis ojos

de amarillentos diarios con muertes
diminutas lejanas
que sólo nadie sabe
de viajes hacia nortes 
interminables
y de vejez a fuerza de Salgari

por eso
porque no hay manera
ninguna apetecible manera
     por eso mis ojos          zarpan
y olean y
encallan y
trafalgarean
y aquello imaginable en el único puerto
sin relojes


no me preguntes cómo

domingo, 12 de enero de 2014

Corona de sonetos: Cabañuelas 2014

CABAÑUELAS

De nube a nube el tiempo, lluvia el año:
inundación de sal purificada,
ave de luz azul diseccionada,
doloroso extravío, muerte, engaño.

Fue dos mil y fue trece, llamarada,
fantasma diurno de un amar extraño,
pastor disperso de falaz rebaño,
fue la risa en presencia, coronada.

Se bienvino el equívoco y el llanto,
el sentido fue leve cuando ausente
y un ventanal se abrió para este canto.

Año espasmo, pretérito presente,
de rencor y mentiras, camposanto;
para el cuerpo al vapor, un continente.

(Despliegue)

De nube a nube el tiempo, lluvia el año,
se condensa la niebla cada día
y yo recuento aquí el cambio de vía,
en madeja que incierta desentraño.

Hubo de todo, menos cobardía,
hubo desiertas pieles como antaño,
pero si pasa el tiempo, sana el daño
y crecer no conoce de agonía.

Por momentos vencieron los enojos,
cuando la fe creyóse abandonada
y se oxidaron todos los cerrojos;

mas llega al fin el ánima en cascada:
sonrisa en labios tibios, y en los ojos
inundación de sal purificada.

Uno

Inundación de sal purificada
en una habitación llena de sueño
de la que es el revés único dueño
como si hubiera visto madrugada.

“Haz camino”, me dice, y frunzo el ceño,
porque ya creo estar amurallada,
mas me muestra una nueva encrucijada
que permite colores y diseño.

Abro entonces la vista y con empeño,
arriesgo el cuerpo hacia la noche alada
y a mi voz nuevo cántico le enseño.

Vuelo allá, desde el trópico a la helada,
y al universo doy, si me despeño,
ave de luz azul diseccionada.

Dos

Ave de luz azul diseccionada,
mira en relieve si la sed persiste
porque viene al recuerdo que tú diste
a este marco, el festín de la mirada.

El límite de golpe me expandiste,
devino el punto en línea no trazada
y pudiste mostrar a tu llegada
que a veces está bien quien está triste.

Y si alguien prejuzgara, todavía,
que sólo existe un centro y un tamaño,
darle un nuevo cristal, yo desearía;

pues sin esta ventana que no empaño,
en rigidez brutal, sólo vería
doloroso extravío, muerte, engaño.

Tres

¿Doloroso extravío, muerte, engaño?
¡Qué términos de hiel, qué poca risa!
Prefiero la palabra que hipnotiza
al sentido en altar, cual ermitaño.

Quiero tomar el rumbo a contrabrisa
y ser castaña, pero no castaño;
ser escalera, pero no peldaño;
soñar la nieve acústica, insumisa.

Permítaseme el té y el disparate,
matrimonio de abrazo y carcajada
que en verde corazón, humilde late.

Festejemos así la campanada,
pues, mi querida Alicia, este dislate
fue dos mil y fue trece, llamarada.

Cuatro

Fue dos mil y fue trece, llamarada,
año de agua, en sí mismo se refracta
y en corriente que de su miel se jacta
confluye negación ensortijada.

De lo siguiente les extiendo un acta:
a veces la sonrisa es rechazada,
mas si vemos verdad entrelazada,
también se aprende del que se retracta.

¿Sufriste alguna vez ese motivo?,
¿de sal humedeciste cierto paño
por algún cruel adiós definitivo?

Míralo así: ya nada es como antaño,
y el No se ha convertido en un esquivo
fantasma diurno de un amar extraño.

Cinco

Fantasma diurno de un amar extraño,
el pasado es un son que nunca cesa;
sumario de recuerdos, fortaleza
de sueños sin lugar, mina de estaño.

Es de sol su febril naturaleza,
de veredas su páramo aledaño
y si acaso nos muestra rostro huraño
es porque así de astuta es la belleza.

Venga el antes cual sucia primavera,
que el arpa del pretérito yo taño
para hacer la memoria verdadera.

Tiene la historia el vértice de hogaño,
pues sin ella el presente sólo fuera
pastor disperso de falaz rebaño.

Seis

Pastor disperso de falaz rebaño
parece ser el tiempo, que en su vuelo
siembra extravíos, causa mi desvelo
al llevarse de mí lo que acompaño.

Mas lo pienso dos veces y revelo
que si doy por ausencia ese regaño,
sólo consigo lágrima y me ensaño
con nubes que no son sino mi cielo.

Entonces nada pierdo, y el vacío
es sólo ese fantasma que a la nada
saluda desde el fondo de algún río.

No hay ausencia, es sólo la mirada
y en esa ruta, si algo nombré mío
fue la risa en presencia, coronada.

Siete

Fue la risa en presencia, coronada
por el instante de miradas ciertas
que devienen en sí, llaves abiertas
a intereses que llegan en cascada

y en cascada se van, porque las puertas,
así como celebran su llegada,
saben reconocer también la helada
certeza del adiós en sus cubiertas.

Es de soles posarse en pleno día,
pero también conocen desencanto
y retiran su luz sin fantasía.

No hay cómo celebrar alivio tanto,
si gracias a la ruta en doble vía
se bienvino el equívoco y el llanto.

Ocho

Se bienvino el equívoco y el llanto:
fiesta vivaz de anhelos y temores
que construye de versos sinsabores
pero también sonrisas de quebranto;

porque al mirar, digamos, esas flores
su forma se revela y el encanto
se desliza en lumínico adelanto
de aquello que al brotar serán colores.

Hay una fuga púrpura en el todo
que revela el fulgor de lo aparente
y otorga al tiempo un orden y un recodo;

así fue como, unidos cuerpo y mente,
tuvo el alma certezas y a su modo,
el sentido fue leve cuando ausente.

Nueve

El sentido fue leve cuando ausente
y acarició las aguas de esta piel
que en sus bordes brillantes de papel
tiene un nido de brújulas latente.

Porque al norte conquista, en pleno, aquel
que no sólo conoce el mar silente,
sino que el eco de su voz ardiente
también esculpe a piedra y a cincel;

Por eso yo en silencios me contuve
y al besar esta voz que ya levanto,
pude seguir al viento cuando sube.

Entonces, al decirme sin espanto,
se condensó el llover en una nube
y un ventanal se abrió para este canto.

Diez

Y un ventanal se abrió para este canto
que es propio y se alimenta de otredad,
porque hay mucho de ajeno en la verdad
aunque nunca sepamos qué ni cuánto.

Es el otro una rota levedad
que ciega los sentidos con su manto
y con la suavidad del amaranto
se despliega sin prisa ni piedad.

Viene entonces la lúgubre certeza
de que no será nunca suficiente
porque somos del mar sólo una pieza;

así que en el fluir de este torrente,
sólo queda nombrar a esta proeza
año espasmo, pretérito presente.

Once

Año espasmo, pretérito presente,
déjame ser el aire que pregunta
y descansar del ánima presunta
que insiste en obligarme a ser lo urgente.

Quiero ser eslabón que nada junta
y resistir los golpes dignamente
para emerger del círculo en simiente
como huracán inverso que repunta.

Y si el camino va a reconocer
de la oportunidad la seña y santo,
también quiero borrar si da placer;

y saber clausurar a calicanto
para que el viaje mío sepa ser
de rencor y mentiras, camposanto.

Doce

De rencor y mentiras, camposanto
es este mar de tinta donde estrello
la ilusión de lo eterno, de lo bello,
y un mágico ritual en esperanto.

Digo aquí si contemplo o si destello,
si a la noche con sueños amedranto,
si bajo vendavales me trasplanto
o si cuelgo sirenas de mi cuello;

porque es un trazo el mundo y si me pierdo,
son mis líneas la ruta y la vertiente
que me dejan migajas al recuerdo.

La letra es ese beso que en mi frente,
muta en latir de mi costado izquierdo:
para el cuerpo al vapor, un continente.


(Abordaje)

Para el cuerpo al vapor, un continente
es el vaivén del ser en calendario:
de memorias perdidas, un osario;
de suspiros caídos, un suplente.

Y a su paso, cual lírico santuario,
se deposita el pulso firmemente
como si fuera amor lo que se siente
sobre éste, nuestro efímero escenario.

Pienso entonces que el sórdido latir
y esta intuición que a solas enmaraño
son acaso el sentido del morir

y advierto, sin que suene a desengaño,
que es la única certeza el devenir
de nube a nube el tiempo, lluvia el año.