miércoles, 18 de diciembre de 2013

El sí de las niñas

Un sí mueve al mundo. Basta que aparezca para unir, intercambiar, acordar, hacer guerras, construir o destruir. Es la conclusión de un proceso en el que se ha evaluado la posibilidad de afirmación, y se afirma. Sí: dos fonemas poderosos que decimos todos los días con varios pretextos, aunque no siempre signifiquen lo que parece. Porque después de darle muchas vueltas al asunto del abuso sexual y de la discriminación por género, a propósito del caso de Yakiri Rubí Rubio (a quien dictaron auto de formal prisión después de haber denunciado un abuso sexual cuyo perpetrador murió durante la ejecución, desafortunadamente por muchas razones), me llegó esta claridad, que puede ser momentánea o duradera, de que una de las grandes causas para esto es la falta de educación que tenemos en general para decir que sí. Un concepto tan breve, sencillo y generoso se ha vestido de tantas cosas que hoy, a esta hora, bajo esta luna, pienso que detenernos en él puede aportar un poco de luz. Al final escribir es desenredarse y a veces, desenredar al otro. O enredarlo de otras maneras, lo que siempre es bueno.

La ausencia de sí no siempre es negación; sería ver el mundo en un triste blanco y negro que no se parece en nada a esta vida nuestra en la que hay tantísimos escalones entre un extremo y otro. Se llaman matices y son los mejores amigos que podemos tener. Un sí auténtico se reconoce a la distancia sin pronunciarlo siquiera; si no aparece, es un vacío que no necesariamente es no, pero tampoco admite nada. Y hay que obedecer a eso, no se trata de la lógica maniquea del “si no estás conmigo estás contra mí” o de la admisión por default: hay tantas opciones, tantos panoramas, tanto margen de error y espacio para moverse, que lo peor que podemos hacernos es condenarnos a emitir siempre juicios apresurados y peor aún, creer que porque ya manifestamos algo somos esclavos de nosotros mismos, cuando en realidad estamos en constante cambio. Decir un sí, o su contrario, no nos compromete a nada posterior. Por eso no es posible que se acuse a Yakiri, pues si bien existe la posibilidad de que su versión no se apegue a lo que en realidad sucedió, basta ver el contexto para indignarse tan sólo por el trato que se le ha dado. Que investiguen, sí, porque por mucho que el caso toque tantas fibras sensibles, la labor de un sistema judicial confiable es dejar a un lado lo subjetivo, así como la labor de la sociedad civil es ponerlo en primer lugar; pero que no se dé un veredicto exprés que da cuenta de tantos prejuicios ajenos a la impartición de justicia, que sólo puede sentirse asco ante él.

Porque ese sistema judicial reproduce muchos esquemas que existen fuera de él, y que son justamente los que me incomodan más en lo personal, porque a todos (y quizá más a todas, por el ámbito concreto al que hago referencia) nos ha tocado vivir sus consecuencias. Contaré de mí porque es de lo que puedo contar, pero seguro que cada cual tiene historias al respecto. Hace poco, por ejemplo, caminaba por la avenida Revolución vistiendo un bonito vestido rojo y unos hombres a lo lejos me gritaron el clásico piropo guarro que hace alusión a ese color, mismo que omito aquí por puritito pudor; sin embargo, no me ofendió sino al contrario, me dio risa y me dejó pensando en lingüística (conté las sílabas y todo), además de un montón de cosas. La verdad es que a mí no me preocupan tanto los piropos banqueteros, ni el uso del masculino/femenino en cada palabra, ni otras manifestaciones machistas pasivas: me preocupan sobre todo los cercanos que pueden pasar del dicho al hecho y peor aún, los que se asumen cercanos, como si la sola presencia del otro (otra) fuera ya una invitación para una fiesta que generalmente sólo existe en su cabeza. Me aterran las personas que en automático llenan cualquier vacío con un sí, o que de plano lo entienden aunque explícitamente se les diga lo opuesto.

Pensar en esto me ha hecho revolución porque justo en este año me ha tocado lidiar con situaciones que han puesto en juego mi propia postura ante la cultura de la “provocación” femenina a partir del manejo de la imagen, el trato y las palabras. A mí me dio apenas por hacerle honor a los “selfies”, por abrir mi pensamiento hacia otra idea de la sexualidad y explorarla en mi escritura, inventándome destinatarios que no se corresponden con nadie real; también he logrado al fin tratar a los hombres y mujeres que admiro con cariño y entusiasmo genuinos, sin reservas, quitándome prejuicios del “qué dirán” y demás falacias. Pero de repente me encuentro con filtros que distorsionan estas expresiones y he tenido justamente que aprender a reconocer y a valorar mi propio Sí, lo que no ha sido siempre bonito. Y sé que no soy la única a quien le sucede esto, y me preocupan mis alumnas, por ejemplo, que viven esto todos los días y ya no saben cómo salir del círculo que muchas veces les da satisfacciones (de las que se sienten culpables porque se asumen provocadoras, provocativas), pero que también les ocasiona muy malos ratos. Por eso me interesa decir: no se equivoquen. La sonrisa de una mujer feliz, el trato afectuoso, el compartir tiempo o la escritura erotizada no significa acceso a nada más, como un beso no significa acceso al coito, una cita no significa interés romántico, una golondrina no hace verano ni ir a la escuela significa aprender. Como tampoco un sí particular significa un sí general.

El sistema político y económico en el que vivimos nos obsequia contradicciones a cada segundo. También ellos se han beneficiado del vacío de sí en que vivimos y sobre esa base funciona, para empezar, eso que llamamos democracia (el muy discutible sí del voto entendido como el aún más discutible sí a toda acción del gobernante) y de ahí, lo que vemos todos los días en las noticias. Pero nada pueden hacer, si no lo permitimos, con los puentes que trazamos de persona a persona, y ahí es donde creo que podemos incidir con un cambio de estructuras de familia, amigos, pareja, conciudadanos. Aprender y reaprender el sí: a sentirlo, decirlo y escucharlo. Un sí es una expresión de la conciencia en positivo: es propuesta contra el reclamo y enojo del no, que también hace falta educar. Las agresiones sexuales suceden porque se da por hecho que siempre hay un sí escondido o sobreentendido: como quienes piensan que las figuras públicas (que no servidores, que de ellos sí es su trabajo) “tienen que” responder siempre de buena manera y atender a sus seguidores. Porque seguir se convierte en exigir; admirar se convierte en poseer; amar se convierte en pertenecer.

No me gusta cuando alguien invalida el punto de vista de otro argumentando que no se puede opinar de algo que no se ha vivido; por supuesto que se puede, y se debe, pues de las experiencias ajenas se construye el imaginario colectivo y de los desacuerdos, nuevos acuerdos o al menos intercambio. En mi caso personal, esto lo he aprendido a la mala y quizá por eso me mueve tantas fibras el que suceda algo como lo de Yakiri y darme plena cuenta de que no está tan alejado del día a día de todos, de manera tal que pasa desapercibido de tan evidente. Por eso escribo de esto y no de otras cosas, aunque confío en que todos tenemos banderas que nos interesan y que compartimos: esto de opinar es un trabajo en equipo. Porque al final todos quienes tenemos una posición privilegiada de educación, satisfacción de necesidades básicas y acceso a otros puntos de vista podemos decidir con mayor profundidad y a veces logramos dilucidar algunos puntos que urge compartir con la idea de que aportarán al debate, y de que el debate podrá permear aunque sea un ápice en la realidad realmente preocupante, la que a veces se nos esconde o se nos olvida: la de quienes no tienen opciones.

Yo seguiré publicando fotos de mi cara o de mis piernas, escribiendo lo que se me antoje y perfeccionando el método del “sí, cómo no” ante aquellos faltos de matices cuya educación sentimental no da para pensar en otro tipo de relaciones hombre-mujer que no sean románticas, y estoy aprendiendo a verle el lado divertido en tanto juego ocioso en el que cada vez estoy más a salvo; pero no hay que olvidar que mucha gente no tiene siquiera margen para divertirse. Es cierto que no podemos cambiar el mundo, pero no hace mal contribuir a veces a intentarlo desde la trinchera que nos hemos construido. Opinar, tuitear, ironizar, poetizar, leer, platicarlo, discutir, escuchar, intercambiar, contar, cantar, dibujar, no sé: cada quién tiene superpoderes que funcionan ante todo para el totalmente válido placer individual, y que no está de más usar de repente para el bien común, para el placer colectivo. Lo que no nos obliga de ninguna manera a hablar sólo de eso ni a esperar siempre el gesto solemne de quienes se han manifestado ante algo: sería, otra vez, la lógica del “sí o no”, sin matices.

En el caso concreto del machismo y sus ramificaciones, tampoco se trata de actuar con extrema cautela bajo el temor de que cualquier cosa que se diga o haga sea tomada como machista, ni de construirnos un nicho en la idea del “sólo para mujeres”, porque sigue siendo un tipo de discriminación en muchos sentidos y eso da pie, tarde o temprano, a un muy comprensible hartazgo que juega en contra del cambio de estructuras. Creo que se trata de responsabilizarnos del yo ante todo, de preocuparnos a solas por demarcar nuestros propios límites para ofrecer a los otros un mapa cuidadosamente trazado, con la confianza de que podremos reconocer los momentos del sí, de su ausencia o de su contrario. Y de que una vez admitido algo podremos acordar nuestras propias reglas y dinámicas con base en escucha, y no en dar por hecho absolutamente nada. Me gusta ponerlo por escrito aunque se pueda tachar de idealista, porque expresarlo es una puesta en práctica que me ayuda a esclarecer mi propio actuar, por lo pronto, y a poner sobre la mesa una postura. Generalmente le jugamos a la neutralidad y está bien, porque tampoco se trata de andar buscando siempre confrontaciones gratuitas, pero hoy con esto se me ha disparado tanto que quise compartirlo. Y eso, de inicio, ya es un sí que me gusta.

Estoy convencida de que es en las pequeñas acciones donde se originan los cambios, y si bien quienes hemos vivido experiencias agresivas sabemos que se aprende mucho y que termina por ser un parteaguas positivo la mayoría de las veces, lo que deseo y en lo que quiero aportar para la generación de mi hermana, de mis alumnos, de mis sobrinos y las que vengan es que no tengan que aprenderlo en carne propia, sino que se encuentren con una sociedad que los bienviene y los dispone para escuchar su propia voz. Que si les falla el sistema político y económico, como le ha fallado a Yakiri y a tantos otros, tengan otro sistema que los respalde y les enseñe que no es ése el único rostro del mundo. Porque no lo es. Yo no sé ustedes, pero a mí ahora me parece que podemos empezar a solucionar desde lo que nos sí nos pertenece, que somos nosotros, para acercarnos un poco más a esa sociedad en la que cada quién se haga cargo de sí mismo, desde el sí mismo.

Y a sí.

martes, 17 de diciembre de 2013

Así que esto es volver (2007)

(Escrito por mi yo/ella del 5 de octubre de 2007.)


Me gusta concluir. Vuelvo una y otra vez a observar mis obras, pero siempre, siempre parecen tanto de alguien más. Qué estará poblándome las manos, qué gusano abismal se me coló en la mirada. 

Huesos. Pero es que yo no tengo nada. Estoy en ese punto que tú sabes, meciéndome. Qué hallaré al otro lado.

Me espantan las alfombras porque devoran todo. Prefiero los suelos desnudos, fríos y llenos de huellas.

Qué estaré pensando ahora.

Conozco los caminos de los mapas, (¿y entonces?), siempre marchamos hacia donde no partimos. Qué será preguntarse cuándo, cómo. Por qué desear que las cosas armonicen. 

Para qué la poesía, para qué. Si sólo estamos huecos desde el inicio.

De dónde tantas aguas. Pareciera que nunca estuvimos en la niebla. Y estamos.

Cómo es que decidimos. Cómo el canto, los niños, la fuerza, el vino, las coristas. Qué sensación tan grande, quedarme suspendida en aquel viento. 

Qué sonrisa entender, señor Freud: en este yacimiento no hay arena.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Del barro



Mentir te ha hecho esclavo de ti mismo,
marioneta de trapo, ser banal,
cerca estás ya de ser el animal
que da el paso en el borde del abismo.

No podrías hacerlo ya tan mal
que la memoria vuelvas espejismo,
¿o a tanto llegará tu egocentrismo
que mentira y verdad te den igual?

Como sea, levanta la mirada
y aléjate del claro de mis días
antes que mi desdén te vuelva nada;

y si acaso, humanito, pretendías
que mi amor fuera tuyo en desbandada,
pobre de ti: qué poco me sabías.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Serie: Silencios (III)

Murió: lo leí
esta mañana.

Se dispuso mi cuerpo al
conocido rito
de ser caparazón incontenible,
porque un peso reparte el universo entre
quienes quedamos
cuando alguien ha partido:
aire no respirado que
en milímetros cúbicos
reciben los pulmones y a acostumbrarse;
se abren vacíos
para palabras nuevas;
un eje nocturnal se desocupa,
maquínanse los sueños despojados de estepa,

murió.

Lo leí esta mañana.

Y era un eco apenas en la pantalla gélida,
un eco apenas en el reloj del eco
y mi cara empezaba a enrojecerse
cuando volvió a morir.

Y otra muerte.

Y otra.

Se pronunciaba tanto la huida en esas letras,
línea tras línea:
“parte”                                “memoria”
                “esta mañana”

y era la misma muerte
demacrada
eran los mismos ojos de nomeolvides
pero eran otras voces
nombrándola y yo sentía
-que me perdone alguien-
que a cada enunciación fosforescente
esta arenosa muerte
también palidecía
también adelgazaba
las cuencas de mis manos

y otra

y otra.

Muerte sobre sí misma
dicha una,
dos veces,
como rezo aprendido.

Y luego las respuestas: “una pena”
“quiera el dios”                   “cómo fue”
“mi pésame”
                           “mi olvido”


Ellos tan muertos ya, cómo explicarte
que a mí se me remueren
cada vez que lo dices / que las letras violentan
su descanso
que ese grito en potencia ametralla
mi oído
aprendiz de sordera / 
la ventana
hacia adentro.

Y otra. Y otra.

Que no me diga nadie de la muerte
     o díganla una vez

y váyanse a callarla.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Una. Los puntos.

He nombrado la brújula, usted viaje:
puede tomar el norte si no hay viento,
puede también buscar el movimiento
del devenir sombrero en un tatuaje.

Hemos hablado ya de aquel paisaje,
de la ventana azul que experimento;
usted y yo sabemos que le miento,
no soporta verdad nuestro equipaje.

¿Qué habrá de suceder tras estos versos
cuando usted se los diga a su vecino
y se vaya a soñar cuentos perversos?

Quedará la pregunta sin destino,
pues al dejar entrar mis universos
vaya usted a saber qué cosa vino.