(Escrito por mi yo/ella del 5 de octubre de 2007.)
Me gusta concluir. Vuelvo una y otra vez a observar mis obras, pero siempre, siempre parecen tanto de alguien más. Qué estará poblándome las manos, qué gusano abismal se me coló en la mirada.
Huesos. Pero es que yo no tengo nada. Estoy en ese punto que tú sabes, meciéndome. Qué hallaré al otro lado.
Me espantan las alfombras porque devoran todo. Prefiero los suelos desnudos, fríos y llenos de huellas.
Qué estaré pensando ahora.
Conozco los caminos de los mapas, (¿y entonces?), siempre marchamos hacia donde no partimos. Qué será preguntarse cuándo, cómo. Por qué desear que las cosas armonicen.
Para qué la poesía, para qué. Si sólo estamos huecos desde el inicio.
De dónde tantas aguas. Pareciera que nunca estuvimos en la niebla. Y estamos.
Cómo es que decidimos. Cómo el canto, los niños, la fuerza, el vino, las coristas. Qué sensación tan grande, quedarme suspendida en aquel viento.
Qué sonrisa entender, señor Freud: en este yacimiento no hay arena.
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