sábado, 30 de marzo de 2013

Serie: Silencios (I)


Desde hace cinco meses,
cada tarde,
escribo cartas largas
a mi amigo imaginario.

el que sube escaleras
el que duerme en mi hombro
el que explota y se ríe
el que devora espejos
el que sabe el revés
el que mira a kilómetros
el que puede la magia

La calle, que es mezquina,
no comprende y me dice:

"Poseer", y lo dice así, entre comillas,
"Po-se-er", y lo dice así, cortado en sílabas
con las dos és perfectas,
saboreando fonemas
y en mayúsculas:
"P O S E E R" un amigo imaginario
es como ir a ese bosque,
(y lo señala)
elegir cualquier árbol, abrazarlo,
volver al día siguiente
y creer que se abraza al mismo árbol.

Yo le explico en dos partes,
como he visto que hacen los mayores:

Uno:
Mi abrazo no posee,
no elige, no cree nada:
él sabe ser abrazo
como tú eres la calle,
como yo sé que amo.

Y dos:
Mi amigo imaginario es el alma de Árbol
que está en todos los árboles.

1 comentario:

Digitígrado dijo...

Este menardiano opina que si no opino nada, no es porque no lea, sino porque a veces la boca abierta por el asombro invalida cualquier opinión.