domingo, 11 de noviembre de 2012


Yo echo por dentro el cerrojo de mi jaula, cada noche, y cierro oídos a lo que sé que escucho. Así puedo ser la mujer de alguien, la cosa consciente que no ahoga aunque me haga pequeña. Mas siempre pasa algo que desata el pulso de la víscera, porque el silencio no es ave sino ritmo transformado en clavel blanco, en vecino calor de canción casi cantada que está ahí, cuando ya todo se dijo, habitando una seña.

Ojo sin labios, piedra de poesía, canto de madre ingenua.

Hay quizá otra cosa que decir, cuando la fuga existe: el deseo escapa a voluntad en lapso de verso, así finja no haber borrado nada. Pensado, nada.

Armemos el modelo,
como si todos fueran a callar en algún punto.

No hay comentarios: