Yo echo por dentro el
cerrojo de mi jaula, cada noche, y cierro oídos a lo que sé que
escucho. Así puedo ser la mujer de alguien, la cosa consciente que
no ahoga aunque me haga pequeña. Mas siempre pasa algo que desata el
pulso de la víscera, porque el silencio no es ave sino ritmo
transformado en clavel blanco, en vecino calor de canción casi
cantada que está ahí, cuando ya todo se dijo, habitando una seña.
Ojo sin labios, piedra de
poesía, canto de madre ingenua.
Hay quizá otra cosa que
decir, cuando la fuga existe: el deseo escapa a voluntad en lapso de
verso, así finja no haber borrado nada. Pensado, nada.
Armemos el modelo,
como si todos fueran a
callar en algún punto.
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