Ni siquiera renunciar: el
absurdo está ahí. Se imprime, se publica, se dice y nada cambia. No
hay abrazos para nadie con mi rostro. Se usa la mirada de quien sueña
la muerte, se llora, se agoniza. Da lo mismo. Es igual ser la víctima
que ser el verdugo, cuestión de maquillaje y de vestuario. Se
abandona, se vuelve, se es invisible para quien importa. ¿Y? Ya no
son siquiera nada estas palabras. Ni sonido ni voz, ni lluvia ni
equilibrio: mecanismos apenas de un no dios que se posa sobre dientes
de león, a punto el viento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario