Yo no sé ni me importa cómo sean otros gatos. Él se llama Lucas pero todos quienes lo queremos le decimos "Gati". Es gritón, chistoso, sentido, dormilón, juguetón, cariñoso. Cuando alguien me hacía llorar hacía guardia junto a mí y no se me despegaba. Yo le platicaba todo. Nos gritábamos mucho y luego nos reíamos de lo histéricos que éramos. Se dormía junto a mi almohada aunque sabía que no me gustaba, de preferencia encima de mi celular como también se acostaba sobre libros o cualquier cosa que pareciera importante; se cobijaba solo como bebé; se metía al clóset cuando había mucho ruido y así alguna vez creímos que se había escapado en la primera mudanza en Aguascalientes. Luis, mi ex, y yo le escribimos poemas; aunque el de él es uno de los más hermosos que he leído. Jugaba a las escondidas con Jimena, quien le escribió una crónica preciosa el día que lo esterilizaron. Era capaz de reconocer el sonido de una lata de atún abriéndose estuviera donde estuviera, dormido o despierto; pero si era atún en aceite, no gracias: el joven de nueve años debía cuidar esa panza que le colgaba (según Yadira, herencia familiar). No creo equivocarme si digo que todos cuantos lo conocieron le sonrieron de inmediato: era, es, un gato con la buena vibra que suele atribuirse a los perros. Hay tantas anécdotas, que seguro seguiré escribiendo sobre él todo el tiempo. Ni siquiera lo consideraba una "mascota", era un compañero: a veces parecía un marido posesivo, a veces un hermano; a veces, las más, el más entrañable de los amigos.
Cuando me mudé al DF y él me alcanzó, todo parecía felicidad. Pero no: mi nuevo espacio no era apto para Lucas Gati. Intentamos todo, él y yo, y a veces parecía que ahí la llevábamos. Estuvimos así casi dos años; pero él no estaba feliz. Una mascota no es sólo un acompañante para el tiempo que estás en tu casa: debe tener libertad, opciones, aire propio; él ya no lo tenía conmigo. Después de mucho pensarlo, busqué un sitio para contactar adoptantes y aparecieron: todavía hoy, cuando terminé mi odisea de una línea completa del metro acompañada de un gato dopado y chillando los dos, algo en mí deseaba que me encontrara con una bruja, que no me diera confianza y que me regresara con él a ver qué hacíamos; sin embargo, su nueva familia es ideal.
Ahora mi gato es mexiquense. No quiero ni llegar a mi casa llena de pelos porque sé que si desde esta mañana no puedo dejar de extrañarlo y mientras escribo esto no paro de llorar sin importar que estoy en un Internet público, acostumbrarme a la vida sin mi Gati será realmente difícil. Nueve años juntos. Juntos. Gracias.
2 comentarios:
Desde esta traqueteante máquina he leído una entrada que lleva de la dicha a la conmoción. Siempre he creído que la escritura es una forma inigualable de consolación y autoconocimiento. No en vano se dice que dejamos mucho de nosotros en ello, y más cuando lo hacemos sobre temas tan íntimos. Pude conocer mucho de ti en este texto, y de él también. Es un momento (¡y vaya horas!) para dar ánimos y expresar la admiración por la valentía, la responsabilidad y la buena escritura. Un abrazo.
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