Que a nadie se culpe:
desde antes que un viajero abandonara Ítaca,
alguien abandonó una cueva,
una semilla, un rastro,
alguien dejó caer un grito anónimo
en el fin de la tierra,
donde dejaste tú ese nombre liviano,
inamovible,
como un pálido canto que se recuerda a veces
porque siempre nos hace falta alguien
porque todos volamos, caemos todos
en aquella palabra que es eterna plegaria
por el horror vencido del vacío
destinado a llorar las mismas lágrimas,
a volar como caemos todos
en busca de algún nombre liviano, inamovible,
que nos salve del trágico silencio
sí, todos deseamos anclar en algún puerto
aunque sea el último,
por eso yo misma vuelo también en círculos,
caigo una y otra vez en el fin de la tierra,
junto a tu ausencia seca,
que en horas como esta es muchas otras cosas
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