Alguien que devora el teléfono a gritos
no es merecedor de la palabra.
Qué importa si junto a él hay un poeta
o un mozo preparando café expreso,
el tiempo pasa de largo
cuando alguien ultraja así el silencio
que no ha de ser despabilado con violencia
si no queremos su acérrima revancha.
¿Desea usted, señora, una vida maldita?
Cierre la boca, entonces,
y pídale perdón a la musa que ha usted desmembrado
con su horrible alarido.
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