domingo, 10 de noviembre de 2013

¿Severo o revés? El juego de los sentidos



*Texto publicado en la revista Parteaguas, del Instituto Cultural de Aguascalientes; Núm. 29, septiembre-diciembre 2013.

Vamos a hacer lo siguiente: piensa en una palabra, la que sea. Visualízala, instálala frente a ti donde puedas recorrer a través y alrededor de ella. Siéntela en el tacto que todos tenemos bajo el pensamiento. Oblígate a no asociarla con un objeto ni nada concreto, sólo tómala en su propia materialidad. ¿Listo? Ahora empieza a moverla, cambia sus partes de lugar, dale vuelta, paséala por tu voz y dale sonidos distintos, ponle una flor por aquí y una esmeralda por allá; píntala, escóndela, encuéntrala, hazla vertical y luego horizontal. Ensúciala, agótala: juégala. ¿No te parece que ahora es más tuya?

El lenguaje es el juego maestro. Hecho de una materia flexible, pegajosa y moldeable, se extiende y se encoge a placer, se adhiere y se reconstituye formando lo que deseemos porque él mismo es la ventana desde donde lo vemos todo: nada se le escapa, y si el universo humano se expande, lo hace él también. Ahí están todas las reglas y todas las rupturas, aunque a veces nos tomemos los asuntos muy en serio, olvidando que la realidad está hecha de invenciones, que llegamos a ponerle nombre a lo que ya era, que nada sabemos con certeza, que la comunicación sólo nos acerca a interactuar –y a veces intervenir— en esto que existe con, sin y a pesar de nosotros.

Por eso a mí me gustan los recovecos en los que viven esas criaturas entrañables que hacen de la escritura y el habla un ejercicio lúdico: juegos de palabras, les llamamos; vuelcos del lenguaje, giros de la retórica, divertimentos que viven bajo la lengua y esperan cualquier momento para saltarnos al paso y provocarnos una carcajada del que vuelve a tener cinco años y se asombra por las posibilidades. Es como si todos los elementos saussurianos salieran al patio de recreo y se organizaran con sus propias reglas. Si se tapan los ojos y a la cuenta acordada salen a buscar a otra, adivinanza; si llueve y se quitan los vestidos para danzar sobre la tierra húmeda, limerick; si se cuentan su día cantándolo entre risas, copla... ¿Cuántas posibilidades hay para que las palabras jueguen entre ellas?

Vamos a hacer una cosa más: te voy a enseñar a pensar al revés como a mí me lo enseñó mi amigo imaginario. Dale la mano a cualquier otra palabra; “deseo”, digamos. Camina enfrente de ella y conviértela en sonidos largos, acompasados, en ritmo a cada letra: d-e-s-e-o, d—e—s—e—o... Está todo listo para saber que dar pasos hacia atrás no es –como dicen los adultos— un retroceso, sino un mirar distinto, un recaminar en una especie de viaje tan divertido como ver una película completa pulsando el rewind.

¿Qué dice el deseo si lo miras en reversa?: oesed, o-e-s-e-d, o—e—s—e—d... Un aparente sinsentido que viéndolo de cerca, no es sino un sentido en plena construcción, pidiéndote lo que le falta. Juégalo, ponle pausas, llénalo, es tuyo: “o ese d...” Ahora arriésgate, porque no hay juego sin riesgo: alarga la palabra y vuélvela un espejo, por cada letra que agregues hacia adelante, regresa y agrégala también en simetría perfecta. Puede ser que te equivoques, porque no hay juego sin error, pero son errores disfrutables si entendemos que lo que está en medio es el puro placer de poner a funcionar nuestro decir de maneras hermosas, divertidas, memorables. Y cuando encuentras el camino en el que estás diciendo realmente algo de ida y vuelta, la alegría es indescriptible... Porque no hay juego sin alegría:

O ese desearte leer,
con revés alar, imita a ti.
Mírala,
no cree letra ese deseo...

O con “amor”:

La marea cesa: ¿dan o reparto?
No calla hoy ese amor-ala...
Al aroma, ese yo, halla con otra;
pero nada se caerá mal.

O con palabras que, de plano, no habrías imaginado:

¿O los nacotes se tocan, sólo?

No va, ave, Lacan: a la naca le va Avon.

O con la intención de reseñar un libro:

¿O vi?
Voy, leo "Las olas":
salo, salo el Yo.
Vivo.

Lo de menos es probar con cada palabra y desechar aquellas que no se dejan atrapar en su revés; siempre habrá alguna que sí lo haga, que quiera jugar contigo, y otras que se le vayan adhiriendo hasta formar sentidos y sinsentidos que nunca se hubieran formado sin la forzada ruptura que lejos de doler, las vuelve únicas. Pero no sólo a ellas: lo entrañable de cualquier juego lingüístico es que reinventa profundamente no únicamente al acto de enunciar sino al enunciador y por ende al receptor, al código, al canal, al contexto. El pensar palindrómico es sólo un ejemplo de ello y me parece perfecto porque juega justamente con lo que tanto tememos: que todo esté de cabeza. Así que cuando la vida te dé un revés, haz un palíndromo.

Justamente, uno de los aspectos más bellos en estos ejercicios lúdicos es que nos reconcilian con los que al paso del tiempo y la edad se vuelven nuestros miedos más profundos: el retroceso, lo fuera de lugar, el equívoco, la pérdida, el sinsentido. Pero precisamente por ello se vuelven tan necesarios, porque cumplen con el principio gadameriano de que a través suyo ensayamos la manera de enfrentarnos a situaciones que requieren de nosotros ese gesto adusto del que debe entregar un proyecto, dictar una conferencia, completar un importante formato. ¿Por qué el juego hace la diferencia? Porque si detrás de todas estas acciones de gente seria hay un ser lúdico que se ha atrevido a romper las reglas en su espacio más seguro, el horizonte se amplía, se consideran todas las opciones, la risa está de nuestro lado. Para todo jugador, cada acto en sí mismo se disfruta con la misma sangre en torrente que corrió durante el juego.

Vamos a hacer lo último: te regalo un pasaje para el mundo en el que no importa tu nacionalidad porque lo único que debes hacer es seguir al Conejo Blanco, ¿ya lo viste? Ahora estás en donde el sentido se despoja de reglas; ése es el juego, que entiendas lo que no entiendes. Que te animes a decir desde otro lugar donde se celebran los no-cumpleaños en vez de los cumpleaños, donde las rosas se pintan de rojo bajo el reinado del “porque sí”, donde se hace tarde siempre aunque no sepamos para qué. ¿Te suena? Lewis Carroll, padre de Alicia y según muchos, fundador de esta cultura tan inglesa del nonsense o vacío de sentido, fundó también Wonderland como la tierra en la que lo que pareces percibir no coincide con las ideas preconcebidas de un mundo que, quizá erróneamente, creemos estructurado (¿y lo es?). Esta filosofía que da para tanto tiene su propio juego de palabras, el limerick, que encierra todo ese sinsentido en cinco versos que no dicen nada pero se disfrutan de otro modo. Como en éste, del propio Carroll:

There was a young lady of station
"I love man" was her sole exclamation
But when men cried, "You flatter"
She replied, "Oh! no matter!
Isle of Man is the true explanation."

Y como en el fútbol, una vez dadas las reglas del juego éste puede tener lugar en cualquier cancha; así es como el limerick deja de estar anclado a un idioma y construye sinsentidos perfectos, si cabe, adaptándose a cada lengua, a cada cultura, a cada forma de enunciar. Como lo hace el haiku, el corrido, como puede hacerlo el propio palíndromo, las calaveritas o cualquier otro vuelco del lenguaje: El juego es un viajero que desembarca en cualquier puerto. María Elena Walsh, por ejemplo, escribe un libro de limericks y demuestra que la criatura se siente perfectamente cómoda en nuestra lengua española, que se pide permiso a sí misma para aceptar este nonsense al que por naturaleza no le importa ser de todas las maneras posibles e imposibles:

Si cualquier día vemos una Foca
que junta margaritas con la boca,
que fuma y habla sola
y escribe con la cola,
llamemos al doctor: la Foca es loca.

Lo precioso aquí, y el punto a demostrar, es que jugar nos hace libres. No sabría decir de qué, pero entenderás la sensación de ser capaz de nombrarlo todo y renombrarlo a voluntad, cual los zapatos-ataúdes de Nicanor Parra. Una vez entendido el juego, no hay límites; incluso las reglas son potenciadoras de libertad al dotar de la mínima estructura necesaria lo que por otro lado nos da tanto en qué pensar, tanto qué hacer, tanto qué imaginar. ¿Qué es la imaginación sino un cuarto de espejos-puertas cuyos reflejos, provocados e involuntarios, se proyectan infinitamente hacia el ventanal del universo? Libertad absoluta, interior extendido: bien jugado.

Y si de los palíndromos siguen los limericks, y de los limericks las adivinanzas, y de las adivinanzas las coplas, y de las coplas las bombas yucatecas, y de las bombas yucatecas las décimas jarochas, etcétera-etcétera-etcétera, el camino se vuelve un absoluto parque de diversiones. Porque, ¿qué es lo que importa en el juego? Las reglas, la cancha, el disfrute del error, el hallazgo, el reinicio, la meta, la reinvención, la brevedad, la certeza del game over, la prueba superada, el aquí, el ahora, las alternativas. Y cuando son las palabras las que materialmente entran a poner el sistema de todos los días en perspectiva de puro disfrute, la ventana se abre de par en par. Lo que se deje entrar será siempre ganancia, belleza, libertad, y eso redundará en nuestro “otro” juego, aquél en el que nos disfrazamos de gente seria.

Juguemos, entonces: tú la traes.



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