miércoles, 3 de abril de 2013

Serie: Sonidos (I)

Cuídate mucho Todas las mañanas Hooooola no te veía Perdón Sí: Coyoacán, su centro que retiembla. Silencios jugueteando entre las olas de murmullos: el miércoles. Agua sobre paredes, deslizándose lenta y cálida: la soledad. Viaja la música a tus oídos por convicción propia, has decidido el volumen alto y desde ti la vida parece un musical, mientras ojos te miran como película muda. Gestos de cantar, gestos de entender: tu vida en banda sonora. Una guitarra acústica, el círculo de sol: tus pasos decididos hacia el café de siempre. Los audífonos desprendiéndose de tu oído hacen el mismo ruido que debe escuchar el interior de la botella de vino cuando el corcho es extraído. Ido.

Debes estar actuando muy ceremoniosamente o es una hermosa casualidad, pero la voz que te da la bienvenida y te indica dónde está la conexión más próxima te trata con respeto, se sabe oída. Pides: frío, dulce, hielos para chocar en vaso de cristal, líquido viajando por el plástico hasta tus labios hasta tu lengua hasta tu sangre que es un mar violentísimo estrellándose en piedras de timbre agudo. Escuchas la ese-hache continua del viento que suspende su paso entre la erre-u a veces erre-a a veces erre-o a veces te-erre de los autos que pasan junto a la ventana donde te ordenaste sentarte porque te dijiste: vas a escuchar, porque te dijiste: acuérdate de cuando agradecías que te lo preguntaran, acuérdate: “¿Qué oyes?”.

Cuando escribes esto, justo esto, tus manos son el ruido de las teclas, vertiginoso y temeroso de olvido. Tu voz de dentro dicta como si el taquígrafo, como si la magia, como si fluirse. A tu alrededor, conversaciones: Esto El amarillo domina Es éste el tono Exactamente. En realidad no quieres oír todo, pero llama tu atención que si el fondo musical es uno, esté en pantalla un cantante con actitud distinta. Acaso te interesa lo que ves, te preguntas sin mucha intención de interrogante. No, te respondes sin mucha intención de firmamento. Alguien te ha sonreído desde fuera, eso sí te interesa, su sonrisa sonó a fruto cayendo del árbol y te das cuenta de que el ruido de la bicicleta que lleva a un lado te ha sonreído, también. Tú sonreíste, y sonaste a las pequeñas campanas que colecciona tu abuela. Los objetos hacen el mismo ruido que sus dueños, concluyes, y entiendes mejor por qué las teclas que presionas se oyen hoy ansiosas por momentos, pero también intensas, chispeantes, nostálgicas, asombro.

Y escuchas de pronto el rojo de tu blusa. No lo miras, lo escuchas: dice miedo a caer, dice yo estoy contigo, dice fuerza, dice puedes, dice van dos días seguidos que te vistes de rojo, ¿lo has notado? Dice: recuerda, recordar es concierto grabado en piel, recordar es parvada llegando a descansar al árbol próximo. Escuchas a esa yo que intenta un no, que dice recordar es golpe seco es trueno que antecede tormenta es tormenta, pero no haces caso y tintineo de llaves, pasos en escaleras, una voz, una risa, paredes de papel, ideas que viajan por las ondas sonoras que se encuentran y firman su contrato para ser un acuerdo. Escuchas la memoria de esos días y te das cuenta del silencio en que te has convertido, las teclas respiran, la página te habla de tatuajes. Y escuchas desde dentro una marea que viaja hasta tu rostro, un navío indescriptible que no te dice aún si subirá a tus labios para arquearlos o buscará en tus ojos el cauce del océano.

Viento va, viento viene: respiras. Llamas a las sirenas que viven en tu lengua y ellas calman tu mar, ni curva ni lágrima. Te quedas en mirada, todo tu cuerpo se ha ido a escuchar tu mirada, que entona aquel poema del espejo y los labios, del suspiro y la sombra, del esperar y el irse. Te quedas en mirada que es la voz, y ya nunca el callarse.

Te das cuenta del frío, del café, del encuentro. Vuelves a oír las voces, ha pasado una hora y han pasado huracanes. Todo pasa, te dices, y sales a envolverte en tu sonrisa, que ha llegado de pronto sin aviso. Por qué sonríes, preguntas.

Porque se puede, y melodía de créditos finales.

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