Cuídate mucho Todas
las mañanas Hooooola no te veía Perdón Sí: Coyoacán, su
centro que retiembla. Silencios jugueteando entre las olas de
murmullos: el miércoles. Agua sobre paredes, deslizándose lenta y
cálida: la soledad. Viaja la música a tus oídos por convicción
propia, has decidido el volumen alto y desde ti la vida parece un
musical, mientras ojos te miran como película muda. Gestos de
cantar, gestos de entender: tu vida en banda sonora. Una guitarra
acústica, el círculo de sol: tus pasos decididos hacia el café de
siempre. Los audífonos desprendiéndose de tu oído hacen el mismo
ruido que debe escuchar el interior de la botella de vino cuando el
corcho es extraído. Ido.
Debes estar actuando muy
ceremoniosamente o es una hermosa casualidad, pero la voz que te da
la bienvenida y te indica dónde está la conexión más próxima te
trata con respeto, se sabe oída. Pides: frío, dulce, hielos para
chocar en vaso de cristal, líquido viajando por el plástico hasta
tus labios hasta tu lengua hasta tu sangre que es un mar violentísimo
estrellándose en piedras de timbre agudo. Escuchas la ese-hache
continua del viento que suspende su paso entre la erre-u a veces
erre-a a veces erre-o a veces te-erre de los autos que pasan junto a
la ventana donde te ordenaste sentarte porque te dijiste: vas a
escuchar, porque te dijiste: acuérdate de cuando agradecías que te
lo preguntaran, acuérdate: “¿Qué oyes?”.
Cuando escribes esto,
justo esto, tus manos son el ruido de las teclas, vertiginoso y
temeroso de olvido. Tu voz de dentro dicta como si el taquígrafo,
como si la magia, como si fluirse. A tu alrededor, conversaciones:
Esto El amarillo domina Es éste el tono Exactamente. En
realidad no quieres oír todo, pero llama tu atención que si el
fondo musical es uno, esté en pantalla un cantante con actitud distinta. Acaso te interesa lo que ves, te preguntas sin
mucha intención de interrogante. No, te respondes sin mucha
intención de firmamento. Alguien te ha sonreído desde fuera, eso sí
te interesa, su sonrisa sonó a fruto cayendo del árbol y te das
cuenta de que el ruido de la bicicleta que lleva a un lado te ha
sonreído, también. Tú sonreíste, y sonaste a las pequeñas
campanas que colecciona tu abuela. Los objetos hacen el mismo ruido
que sus dueños, concluyes, y entiendes mejor por qué las teclas que
presionas se oyen hoy ansiosas por momentos, pero también
intensas, chispeantes, nostálgicas, asombro.
Y escuchas de pronto el
rojo de tu blusa. No lo miras, lo escuchas: dice miedo a caer, dice
yo estoy contigo, dice fuerza, dice puedes, dice van dos días
seguidos que te vistes de rojo, ¿lo has notado? Dice: recuerda,
recordar es concierto grabado en piel, recordar es parvada llegando a
descansar al árbol próximo. Escuchas a esa yo que intenta un no,
que dice recordar es golpe seco es trueno que antecede tormenta es
tormenta, pero no haces caso y tintineo de llaves, pasos en
escaleras, una voz, una risa, paredes de papel, ideas que viajan por
las ondas sonoras que se encuentran y firman su contrato para ser un
acuerdo. Escuchas la memoria de esos días y te das cuenta del silencio en que te
has convertido, las teclas respiran, la página te habla de tatuajes.
Y escuchas desde dentro una marea que viaja hasta tu rostro, un navío
indescriptible que no te dice aún si subirá a tus labios para arquearlos o buscará en tus ojos el cauce del océano.
Viento va, viento viene:
respiras. Llamas a las sirenas que viven en tu lengua y ellas calman
tu mar, ni curva ni lágrima. Te quedas en mirada, todo tu cuerpo
se ha ido a escuchar tu mirada, que entona aquel poema del espejo y
los labios, del suspiro y la sombra, del esperar y el irse. Te quedas
en mirada que es la voz, y ya nunca el callarse.
Te das cuenta del frío,
del café, del encuentro. Vuelves a oír las voces, ha pasado una
hora y han pasado huracanes. Todo pasa, te dices, y sales a
envolverte en tu sonrisa, que ha llegado de pronto sin aviso. Por qué sonríes, preguntas.
Porque se puede, y
melodía de créditos finales.