viernes, 3 de abril de 2015

“Perrea un libro": la fantasía del lector joven del Instituto de Investigaciones Filológicas


La calle te da lo que un libro no te enseña
y un libro te enseña lo que la calle no te da.
La dignidad por el oro no se empeña,
por eso me mantengo firme ante la sociedad.
Con palabras rebuscadas tejen mentiras elaboradas
pa' engañarte en su confusión organizada.
Mi punto es real: si lo que canto está mal,
clausura la música en general

Daddy Yankee, “Palabras con sentido”

El Instituto de Investigaciones Filológicas ha iniciado una campaña para, dice, difundir la lectura entre los jóvenes utilizando un atributo que le parece característico: el gusto por el baile y más específicamente, por el llamado perreo. Después de haber producido un video musical en el que Tren subterráneo, de Fernando Curiel, es adaptado a este ritmo, el Instituto difunde la campaña completa, que explica los motivos y los propósitos de esta acción. En su cuenta de Youtube se lee: “Perrea un Libro es una herramienta para fomentar la lectura entre los jóvenes. Para ello se tomaron textos del libro “Tren Subterráneo”, del escritor e investigador del IIFL Fernando Curiel, para formar la letra de una canción a ritmo de este género musical. (La canción se produjo con ayuda del cantante panameño Baby Killa y el productor del género Dj. Chango, y se grabó en un estudio en la Delegación Iztapalapa)”. Al acceder al video, se encuentra la siguiente secuencia de argumentos, justificaciones y acciones:

1. Dice el Instituto: “México ocupa el penúltimo lugar en lectura de 107 países”.
2. Agrega: “A los jóvenes no les gusta leer libros, pero les gusta bailar”.
3. Dice DJ Chango: “Todas las canciones son: perrea, perrea, vamos a perrear”
4. Dice Fernando Curiel: La prosa y la poesía son música; la promoción de la lectura comienza con la difusión del mensaje, que es el texto (literario).
5. Se presenta la campaña, con los logos del IIFL y la UNAM: “Presentan: Perrea un libro”.
6. Aparece el cantante Baby Killa grabando el tema con los textos de Curiel, alternando con escenas de él y DJ Chango haciendo la adaptación.
7. Dice el Instituto: “Y llevamos la canción a sus fiestas”.
8. Aparecen los jóvenes bailando la canción cantada por Baby Killa.
9. Dice el Instituto: “Cuando ya la cantaban, se les demostró que habían empezado a leer un libro.
10. Dice Baby Killa: “Esta canción fue basada en este libro, y espero que sigan fomentando la lectura”.
11. Se les reparten libros del IIFL a algunos jóvenes.
12. Algunos jóvenes aparecen leyendo (no sólo el libro de Curiel)
13. Dice una chica: Todo lo que venga con el reggaeton es bueno, todo lo que venga con la lectura es bueno.
14. Cierra con el logo de la campaña y la imagen de una chica leyendo junto a una pareja que perrea.

El video de la campaña, aquí: https://www.youtube.com/watch?v=vb5Xdc-VVMI
La canción completa, acá: https://www.youtube.com/watch?v=w9NzU...

De entrada, a mí me cuesta trabajo seguir la línea argumentativa, o hasta narrativa, de esta campaña: la primera aseveración, “a los jóvenes no les gusta leer libros” me parece desproporcionada, prejuiciosa, infundada y molesta. Si olvido eso por un momento y me subo a la perspectiva interior del propio Instituto, es cierto que hay un inusitado arrojo por hacer algo que está fuera de su zona de confort y seguramente muchos investigadores de ahí mismo se enfurecieron ante tal osadía. Eso es de celebrarse, por supuesto, ya que es algo que no se esperaría de un centro de estudios que identificamos más bien con el conservadurismo y el bajo perfil. Como renovación interna y apertura a promocionar sus textos a públicos que ellos no habrían imaginado, la campaña sería muy loable; es decir, si se admitiera que en vez de estarle haciendo un favor a México llevando la lectura “a esos que no leen porque no les gusta”, en realidad es una necesidad del IIFL hacerse visible y con esto se está haciendo él mismo un favor. Por eso, el asunto a discutir aquí no es la reescritura del libro de Curiel, ni el género musical elegido, ni el resultado final en tanto canción, sino cómo la campaña, al compartirse institucionalmente, termina contradiciéndose a sí misma y no llega a concretar su mensaje. ¿Qué es lo que preocupa al instituto?: ¿que los jóvenes no lean libros?, ¿que no lean SUS libros?, ¿que los textos estén cautivos en una materialidad, impidiendo su popularización? ¿O no le preocupa nada y sólo quiere jugar con sus textos?

Si se compartiera la canción, los testimonios y a los jóvenes bailando, sería la iniciativa de un instituto dispuesto a explorar. Lo que dice Curiel es interesante y el proceso de adaptación por parte de DJ Chango y Baby Killa es algo que a mí en lo personal me fascinaría conocer más de cerca. El asunto es que ya vestida de institución, la campaña se presenta como de promoción de la lectura en los jóvenes (el IIFL haciéndole al héroe) y comienza con un discurso que ya se ha superado con creces. Dice Michele Petit: “Abrir tiempos, espacios, donde el deseo de leer pueda abrirse camino, es una postura que hay que mantener muy sutilmente para que brinde libertad, para que no se sienta como una intromisión. Esto supone, por parte del 'iniciador', un trabajo sobre sí mismo, sobre su lugar, sobre su propia relación con los libros. Para que alguien no diga: “pero éste... ¿qué quiere?, ¿por qué me quiere hacer leer” Y no se trata de lanzarse a una cruzada para difundir la lectura; sería la mejor manera de ahuyentar a todos. Ni tampoco de seducir, de hacer demagogia”.

En este sentido, la campaña del IIFL parece hecha a dos manos: la propositiva, que se vale de herramientas de reescritura e intermedialidad que no son nuevas pero sí disfrutables y divertidas; y la institucional, que envuelve todo esto en un discurso demagógico que cae redondito en lo que la misma Petit señala: “En todos los ámbitos, editores y mediadores especulan sobre las 'necesidades' de los jóvenes y se esfuerzan por apegarse a esas supuestas necesidades. Por ello quisiera recordar, evocando las enseñanzas del psicoanálisis, que no hay que confundir deseo y necesidad, reducir el deseo a una necesidad, porque de este modo fabricamos anoréxicos”. ¿Cómo es que en el IIFL no se documentaron un poquito sobre difusión de la lectura y se dieron un oportunidad ellos mismos de conocer a Petit, a Pennac, a Gómez Palacios, a Ferreiro y tantos otros?

Con lo forzada que resulta su línea argumentativa al tomar forma de campaña, se resalta más que lo que quiere el IIFL es renovar su imagen; pero en vez de aceptar que quiere esforzarse en acercarse a públicos antes inexplorados y que se les ocurrió reguetonear uno de sus libros con la invaluable ayuda de un productor y un cantante para adaptarlo, decide unirse a este discurso institucional en el que se subestima la capacidad lectora de los jóvenes y se cree que sólo es posible invitar a la lectura haciéndole concesiones a esa clase “que no gusta de leer libros”. Ellos no le están haciendo un favor a nadie ni están realizando una obra de caridad: lo que hicieron fue un ejercicio de adaptación en el que los verdaderos protagonistas son los mecanismos de intermedialidad a los que ni siquiera se da importancia.

Vista desde el arrojo que supuso contravenir la tradicional cuadratura que caracteriza a este instituto, la campaña no es lógica consigo misma cuando, después de liberar al texto de su materialidad y de demostrar que es posible transmitir por otras vías lo originalmente constreñido a las páginas, regresa al adoctrinamiento más ramplón repartiendo libros que ni siquiera se ciñen al difundido y forzando una conclusión hechiza (si el reguetón es bueno, la lectura es buena) que pretende unir los puntos de una manera tramposa: ni una golondrina hace verano, ni Curiel reguetoneado hace lectores. Los afanes de heroísmo sepultan lo verdaderamente valioso de toda esta producción tan atípica en el IIFL y como campaña de lectura termina adoleciendo de lo mismo que todas las que parten de presupuestos y prejuicios que caracterizan a los jóvenes como imposibilitados para acceder a la lectura si no es edulcorada, diluida, hecha “a la manera que sí les gusta” según gente que no les presta oídos, en realidad, porque únicamente los ve como esa clase iletrada que hay que reformar.

La campaña propone un punto interesante; pero si fuera fiel consigo misma, daría lo mismo hasta que los muchachos supieran o no que es un texto de Curiel y una iniciativa del IIFL. También saldría sobrando que les repartieran libros. Quizá entonces supondría un gran precedente en cuestiones de autoría, de desestructura, de reflexión sobre la academia y su incidir en la sociedad.

Una cosa sí tiene ésta por sobre otras campañas de fomento a la lectura: los de Filológicas sí que leen, pero también demuestran que leer mucho y tan diverso no quita los prejuicios ni la verticalidad (en la que ellos se muestran por encima) de definir unilateralmente a toda una clase: la de los que “no leen”, según ellos. En realidad, la obsesión enfermiza por inyectar la lectura literaria no infunde confianza: cómo creer en alguien que dice adorar la lectura y que tiene que valerse de calzadores para difundirla. Por supuesto que es posible que un cuento bien contado, un poema musicalizado, un libro ilustrado, un texto que llega en el momento oportuno o un testimonio de lector convencido y apasionado, entre tantas otras posibilidades, realmente incidan en la perspectiva de un joven, pero hay que entender de inicio que invitar a la lectura es crear espacios sutiles de alternativa y oportunidad; y también comprometerse a crear lazos sólidos como difusor, cosa que tampoco hace el IIFL porque sólo encarga la encomienda y pone el capital, pero no se ve su participación más allá de eso: ojalá pudiéramos ver a Curiel trabajando con los reescritores o la música sonando en las instalaciones del Instituto.

Leer en la juventud puede ser, como sabemos, una experiencia absolutamente entrañable. Ojalá que quienes quieren invitar a tenerla lo puedan pensar dos veces antes de envolverla con discursos anticuados que pueden evitarse con documentación, reflexión, autocrítica y honestidad.

Fuente: Michele Petit, Lecturas: del espacio íntimo al espacio público,  Fondo de Cultura Económica, México, 2001. Pp. 26 y 27.