No es un año como simple medida de tiempo: agrupar los días en paquete no tiene ningún chiste. Es solo que haber decidido regresar a mi ciudad natal el 9 de agosto de 2011, después de 19 años y Toda-Una-Vida en Aguascalientes, simboliza para mí un reinicio en tantos sentidos que ni siquiera sé desde dónde comenzar la cuenta. Y no lo haré, por el simple hecho de que todavía no me cae el veinte. Ahora mismo me obligo a escribir cuando mi mente está en otra parte, poblando estas calles que adoro transitar.
Entrar en detalles podría herir susceptibilidades, empezando por la mía, así que lo único que puedo decir es que si bien perdí personas y hasta objetos alguna vez preciados con este cambio, me quedo más que satisfecha con lo ganado. Yo pertenezco aquí, sin duda alguna, y la ciudad parece haberme recibido con gusto porque fuera de algunos percances, el camino ha sido tan terso que muchas veces escucho al andar un soundtrack optimista de fondo.
Hay signos irrefutables de que ya soy una chilanga consumada. Por ejemplo, ya me asaltaron y dije el consabido "siquiera solo fue el susto y el dinero"; ya me quedo dormida en el transporte público y despierto justo en donde voy a bajar; ya me peleé con los de la basura porque no pasan seguido; ya puse a competir las quecas de todos los mercados posibles (gana Portales) en una ardua investigación de campo; voy a todo evento (autosic) que me es posible porque me encanta sentir que puedo hacerlo; me volví puntual a toda prueba aun con tráfico y distancias que nunca antes tuve que considerar; he aprendido a leer compulsivamente entre mentadas de madre, empujones y frenos de microbús; ya hago mis propias rutas para llegar a cualquier lado, y párale de contar.
Afortunadamente, mi reconstrucción (porque lo es) no ha encontrado baches. A los seis meses de estar aquí tenía tanto trabajo que ni tiempo me daba de pensar en otra cosa, lo que fue de gran ayuda. Si bien mi vida social es casi nula, he conocido gente maravillosa que, me disculpo de antemano, no hubiera conocido en... otra parte. Hace apenas algunos meses decidí que era hora de empezar a hacer cosas para ir saliendo de tristezas comprensibles pero crónicas e innecesarias, y así me he regalado mis clases de impro que son una auténtica belleza, he ido arreglando mi casa enteramente a mi gusto, de pronto me di cuenta de que había perdido más kilos de lo que hubiera podido imaginar sin siquiera proponérmelo y bueno, quién puede quejarse ante un panorama así. Yo no, nunca.
Y ya. Corro el peligro, si no es que ya sucedió, de caer en el discurso barato tipo Coelho por estar pensando en tantas cosas, tan desconcentrada de tan alerta, y eso sería imperdonable. Pero sí es hora de decir que estoy feliz, con ganas de ver qué vendrá y esperándolo todo. Por eso este primer aniversario me significa tanto: el venir aquí fue, quizá, lo mejor que he hecho por mí. Y sé que todavía me falta mucho qué hacer en esta ciudad de locos que nunca me voy a devorar completa. Por suerte.