Un sí mueve al mundo.
Basta que aparezca para unir, intercambiar, acordar, hacer guerras,
construir o destruir. Es la conclusión de un proceso en el que se ha
evaluado la posibilidad de afirmación, y se afirma. Sí: dos fonemas
poderosos que decimos todos los días con varios pretextos, aunque no
siempre signifiquen lo que parece. Porque después de darle muchas
vueltas al asunto del abuso sexual y de la discriminación por
género, a propósito del caso de Yakiri Rubí Rubio (a quien
dictaron auto de formal prisión después de haber denunciado un
abuso sexual cuyo perpetrador murió durante la ejecución,
desafortunadamente por muchas razones), me llegó esta claridad, que
puede ser momentánea o duradera, de que una de las grandes causas
para esto es la falta de educación que tenemos en general para decir
que sí. Un concepto tan breve, sencillo y generoso se ha vestido de
tantas cosas que hoy, a esta hora, bajo esta luna, pienso que
detenernos en él puede aportar un poco de luz. Al final escribir es
desenredarse y a veces, desenredar al otro. O enredarlo de otras
maneras, lo que siempre es bueno.
La ausencia de sí no
siempre es negación; sería ver el mundo en un triste blanco y negro
que no se parece en nada a esta vida nuestra en la que hay tantísimos
escalones entre un extremo y otro. Se llaman matices y son los
mejores amigos que podemos tener. Un sí auténtico se reconoce a la
distancia sin pronunciarlo siquiera; si no aparece, es un vacío que
no necesariamente es no, pero tampoco admite nada. Y hay que obedecer
a eso, no se trata de la lógica maniquea del “si no estás conmigo
estás contra mí” o de la admisión por default: hay tantas
opciones, tantos panoramas, tanto margen de error y espacio para
moverse, que lo peor que podemos hacernos es condenarnos a emitir
siempre juicios apresurados y peor aún, creer que porque ya
manifestamos algo somos esclavos de nosotros mismos, cuando en
realidad estamos en constante cambio. Decir un sí, o su contrario,
no nos compromete a nada posterior. Por eso no es posible que se acuse a
Yakiri, pues si bien existe la posibilidad de que su versión no se
apegue a lo que en realidad sucedió, basta ver el contexto para
indignarse tan sólo por el trato que se le ha dado. Que investiguen,
sí, porque por mucho que el caso toque tantas fibras sensibles, la
labor de un sistema judicial confiable es dejar a un lado lo
subjetivo, así como la labor de la sociedad civil es ponerlo en
primer lugar; pero que no se dé un veredicto exprés que da cuenta
de tantos prejuicios ajenos a la impartición de justicia, que sólo
puede sentirse asco ante él.
Porque ese sistema
judicial reproduce muchos esquemas que existen fuera de él, y que
son justamente los que me incomodan más en lo personal, porque a
todos (y quizá más a todas, por el ámbito concreto al que hago
referencia) nos ha tocado vivir sus consecuencias. Contaré de mí
porque es de lo que puedo contar, pero seguro que cada cual tiene
historias al respecto. Hace poco, por ejemplo, caminaba por la
avenida Revolución vistiendo un bonito vestido rojo y unos hombres a
lo lejos me gritaron el clásico piropo guarro que hace alusión a
ese color, mismo que omito aquí por puritito pudor; sin embargo, no
me ofendió sino al contrario, me dio risa y me dejó pensando en
lingüística (conté las sílabas y todo), además de un montón de
cosas. La verdad es que a mí no me preocupan tanto los piropos
banqueteros, ni el uso del masculino/femenino en cada palabra, ni
otras manifestaciones machistas pasivas: me preocupan sobre todo los
cercanos que pueden pasar del dicho al hecho y peor aún, los que se
asumen cercanos, como si la sola presencia del otro (otra) fuera ya
una invitación para una fiesta que generalmente sólo existe en su
cabeza. Me aterran las personas que en automático llenan cualquier
vacío con un sí, o que de plano lo entienden aunque explícitamente
se les diga lo opuesto.
Pensar en esto me ha
hecho revolución porque justo en este año me ha tocado lidiar con
situaciones que han puesto en juego mi propia postura ante la cultura
de la “provocación” femenina a partir del manejo de la imagen,
el trato y las palabras. A mí me dio apenas por hacerle honor a los
“selfies”, por abrir mi pensamiento hacia otra idea de la
sexualidad y explorarla en mi escritura, inventándome destinatarios
que no se corresponden con nadie real; también he logrado al fin
tratar a los hombres y mujeres que admiro con cariño y entusiasmo
genuinos, sin reservas, quitándome prejuicios del “qué dirán”
y demás falacias. Pero de repente me encuentro con filtros que
distorsionan estas expresiones y he tenido justamente que aprender a
reconocer y a valorar mi propio Sí, lo que no ha sido siempre
bonito. Y sé que no soy la única a quien le sucede esto, y me
preocupan mis alumnas, por ejemplo, que viven esto todos los días y
ya no saben cómo salir del círculo que muchas veces les da
satisfacciones (de las que se sienten culpables porque se asumen
provocadoras, provocativas), pero que también les ocasiona muy malos
ratos. Por eso me interesa decir: no se equivoquen. La sonrisa de una
mujer feliz, el trato afectuoso, el compartir tiempo o la escritura
erotizada no significa acceso a nada más, como un beso no significa
acceso al coito, una cita no significa interés romántico, una
golondrina no hace verano ni ir a la escuela significa aprender. Como
tampoco un sí particular significa un sí general.
El sistema político y
económico en el que vivimos nos obsequia contradicciones a cada
segundo. También ellos se han beneficiado del vacío de sí en que
vivimos y sobre esa base funciona, para empezar, eso que llamamos
democracia (el muy discutible sí del voto entendido como el aún más discutible sí a toda acción del
gobernante) y de ahí, lo que vemos todos los días en las noticias.
Pero nada pueden hacer, si no lo permitimos, con los puentes que
trazamos de persona a persona, y ahí es donde creo que podemos
incidir con un cambio de estructuras de familia, amigos, pareja,
conciudadanos. Aprender y reaprender el sí: a sentirlo, decirlo y
escucharlo. Un sí es una expresión de la conciencia en positivo: es
propuesta contra el reclamo y enojo del no, que también hace falta
educar. Las agresiones sexuales suceden porque se da por hecho que
siempre hay un sí escondido o sobreentendido: como quienes piensan
que las figuras públicas (que no servidores, que de ellos sí es su
trabajo) “tienen que” responder siempre de buena manera y atender
a sus seguidores. Porque seguir se convierte en exigir; admirar se
convierte en poseer; amar se convierte en pertenecer.
No me gusta cuando
alguien invalida el punto de vista de otro argumentando que no se
puede opinar de algo que no se ha vivido; por supuesto que se puede,
y se debe, pues de las experiencias ajenas se construye el imaginario
colectivo y de los desacuerdos, nuevos acuerdos o al menos
intercambio. En mi caso personal, esto lo he aprendido a la mala y
quizá por eso me mueve tantas fibras el que suceda algo como lo de
Yakiri y darme plena cuenta de que no está tan alejado del día a
día de todos, de manera tal que pasa desapercibido de tan evidente.
Por eso escribo de esto y no de otras cosas, aunque confío en que
todos tenemos banderas que nos interesan y que compartimos: esto de
opinar es un trabajo en equipo. Porque al final todos quienes tenemos
una posición privilegiada de educación, satisfacción de
necesidades básicas y acceso a otros puntos de vista podemos decidir
con mayor profundidad y a veces logramos dilucidar algunos puntos que
urge compartir con la idea de que aportarán al debate, y de que el
debate podrá permear aunque sea un ápice en la realidad realmente
preocupante, la que a veces se nos esconde o se nos olvida: la de
quienes no tienen opciones.
Yo seguiré publicando
fotos de mi cara o de mis piernas, escribiendo lo que se me antoje y
perfeccionando el método del “sí, cómo no” ante aquellos
faltos de matices cuya educación sentimental no da para pensar en
otro tipo de relaciones hombre-mujer que no sean románticas, y estoy
aprendiendo a verle el lado divertido en tanto juego ocioso en el que
cada vez estoy más a salvo; pero no hay que olvidar que mucha gente
no tiene siquiera margen para divertirse. Es cierto que no podemos
cambiar el mundo, pero no hace mal contribuir a veces a intentarlo
desde la trinchera que nos hemos construido. Opinar, tuitear,
ironizar, poetizar, leer, platicarlo, discutir, escuchar,
intercambiar, contar, cantar, dibujar, no sé: cada quién tiene
superpoderes que funcionan ante todo para el totalmente válido
placer individual, y que no está de más usar de repente para el
bien común, para el placer colectivo. Lo que no nos obliga de
ninguna manera a hablar sólo de eso ni a esperar siempre el gesto
solemne de quienes se han manifestado ante algo: sería, otra vez, la
lógica del “sí o no”, sin matices.
En el caso concreto del
machismo y sus ramificaciones, tampoco se trata de actuar con extrema
cautela bajo el temor de que cualquier cosa que se diga o haga sea
tomada como machista, ni de construirnos un nicho en la idea del
“sólo para mujeres”, porque sigue siendo un tipo de
discriminación en muchos sentidos y eso da pie, tarde o temprano, a
un muy comprensible hartazgo que juega en contra del cambio de
estructuras. Creo que se trata de responsabilizarnos del yo ante
todo, de preocuparnos a solas por demarcar nuestros propios límites
para ofrecer a los otros un mapa cuidadosamente trazado, con la
confianza de que podremos reconocer los momentos del sí, de su
ausencia o de su contrario. Y de que una vez admitido algo podremos
acordar nuestras propias reglas y dinámicas con base en escucha, y
no en dar por hecho absolutamente nada. Me gusta ponerlo por escrito aunque se pueda tachar de idealista, porque expresarlo es una puesta en práctica que me ayuda a esclarecer mi propio actuar, por lo pronto, y a poner sobre la mesa una postura. Generalmente le jugamos a la neutralidad y está bien, porque tampoco se trata de andar buscando siempre confrontaciones gratuitas, pero hoy con esto se me ha disparado tanto que quise compartirlo. Y eso, de inicio, ya es un sí que me gusta.
Estoy convencida de que
es en las pequeñas acciones donde se originan los cambios, y si bien
quienes hemos vivido experiencias agresivas sabemos que se aprende
mucho y que termina por ser un parteaguas positivo la mayoría de las
veces, lo que deseo y en lo que quiero aportar para la generación de
mi hermana, de mis alumnos, de mis sobrinos y las que vengan es que
no tengan que aprenderlo en carne propia, sino que se encuentren con
una sociedad que los bienviene y los dispone para escuchar su propia
voz. Que si les falla el sistema político y económico, como le ha
fallado a Yakiri y a tantos otros, tengan otro sistema que los
respalde y les enseñe que no es ése el único rostro del mundo.
Porque no lo es. Yo no sé ustedes, pero a mí ahora me parece que
podemos empezar a solucionar desde lo que nos sí nos pertenece, que
somos nosotros, para acercarnos un poco más a esa sociedad en la que
cada quién se haga cargo de sí mismo, desde el sí mismo.
Y a sí.