No importa ya por qué,
pero yo estaba perdida y mis letras lo sabían. No sólo lo sabían,
lo revelaban. Por eso cuando Edilberto Aldán me propuso escribir
para Guardagujas, un suplemento que yo siempre he admirado y en el
que ya había colaborado algunas veces, pese a mi aturdimiento y
confusión internos sentí que podía funcionar. Me preguntó cuál
sería el nombre del espacio y no dudé en responder: “Verde y
humilde”, un extracto del Arte Poética de Borges que me había
estado dando vueltas en la cabeza y que incluso había considerado
para iniciar un poemario. Confieso que al principio no sabía ni de
qué escribir e incluso pensé en reciclar un texto de mi blog, pero
al final intenté hilar mis revueltas ideas y así escribí mi
primera entrega: “
Defenestrarse, un manifiesto”, que salió
publicada el 7 de abril de 2013.
Dije lo que quería
decir, rebuscado porque así estaba yo, rebuscándome, y aunque en
ese lapso seguí concentrando mis fuerzas en cosas muy patéticas que
me nublaban la vista sobre el milagro de tener un espacio “mío”
en la escritura, empecé a pensar de otros modos y me di cuenta de
que en mi columna podía platicar de mis proyectos, porque empezaba a
tener proyectos. De “
Las Catorce Palabras” hablé el 5 de mayo como resultado de un experimento lingüístico tuitero que fue
revelador para mí; y en este mismo sentido, el 2 de junio platiqué
en “
Estado de la cuestión” sobre el rumbo –aunque incierto— que sentía que estaba tomando,
el miedo a no decir, a no encontrar por dónde, pero también la
certeza de que en caso extremo, podría dedicarme a hablar sobre la
imposibilidad de hablar.
Justo entonces fue que
empecé a recibir algunos comentarios, y eso me cambió el mundo:
nunca había sido leída así, en un espacio que yo considerara mío
y con tanta libertad como ahora. Así que para cuando escribí “
Y tiene pies”, que salió publicada el 14 de julio,
mi percepción sobre mi propia escritura, que es decir sobre mi
propio oficio, el que he elegido para comunicarme con el mundo,
estaba cambiando absolutamente. Este texto es uno de los más
queridos por mí, porque en realidad fue uno de los ejercicios de
escritura más honestos que he hecho y me representa en muchas
formas. Sobre todo, representa un cambio en mi forma de expresarme,
más clara, más consciente, más arriesgada en el sentido de decidir
qué es lo importante para mí y dejar de disculparme todo el tiempo
por decirlo, como era mi costumbre.
El mero día de mi
cumpleaños 33 salió publicada "
De antología”,
columna en la que por primera vez me quejaba de algo aunque con
demasiados rodeos. Pero bueno, empezaba a ver en mi espacio un campo
de juego y así conté el 28 de octubre la historia de Luis Miguel en
"
Metro-a-metro"
primera y única vez hasta ahora en la que he entrevistado a alguien
para escribir. Por cierto, está pendiente la segunda parte de esta
columna porque Luis Miguel ya regresó de completar la ruta de
Santiago de Compostela.
Todavía en “
El niño que pone el Coco”, publicada el 25 de noviembre, con todo y que me sentía muy insegura quise hablar de un tema que me
parecía polémico y del que yo tenía una opinión. Creo que fui
demasiado cauta, y quizá nunca deje de serlo, pero me animé. Fue
hasta que dejé de lado la concepción del posible público y hablé
de mi abuelo cuando me sentí distinta; publiqué “
Antonio” el 23 de diciembre y recibí más comentarios, más reacciones,
cuando lo único que quise fue contar lo que había pensado con la
muerte de alguien tan querido. Y descubrí que ésa es la única
manera de ser totalmente feliz escribiendo en un espacio así:
dándose gusto a uno mismo, escuchándose.
Lo que siguió fue el
2014: el 19 de enero se publicó "
De nunca acabar"
y por primera vez me sentí confiada a dirigirme a un lector intuido,
porque sabía que al menos alguien me leería. Con “
La finta indeleble”, del 16 de febrero, descubrí que poco a poco mi espacio se hacía más habitable y pude armar el que quizá sea el texto
más acabado de mis entregas, mientras que con “
Carbono Catorce”
del 16 de marzo
volví a lo muy personal, a mis propias obsesiones, que probablemente
puedan ser compartidas por otros o por lo menos, discutidas. Y si
bien cada vez pienso en el tono, y si bien cada vez creo que ya está
concluida cuando la envío pero luego me dan nervios cuando va a
aparecer, también es cierto que cada vez me siento más segura y más
contenta conmigo. Eso ya ha sido mi ganancia millonaria personal,
fuera de que pueda o no “conquistar” a un lector, que nunca es
garantía ni certeza.
Yo no tengo idea de cómo
se lea mi columna fuera de mí, aunque por fortuna ahora sé que ya
hay más de una persona que la lee y para mí eso es ya un éxito. La
verdad, creo que por andar pensando en llegar a las masas,
descuidamos la maravilla del uno a uno y finalmente la lectura se
trata de momentos íntimos. Cierto que crear muchos momentos íntimos
debe ser una gran sensación, pero uno es ya una maravilla; por eso
un solo comentario, una sola crítica en serio es la gloria para mí... Para mí, que creo que la fama hoy es un plato que se sirve efímero. Y qué bueno que así sea.
“Verde y humilde” ha
sido la oportunidad para dar un salto impresionante en mi yo, cada entrega es
muy pensada, muy querida por diversas razones, y el juego personal
con el título de la columna cada vez ha adquirido mayores
dimensiones. Desde mi punto de vista, el verso borgiano en el original tiene una
lectura irónica que yo traduzco en la tensión de mantenerme en la
línea del que se disculpa por pensar en público y el que expresa su
opinión sin tapujos y aun sobradamente: yo le juego un poco a ambos
y en ese juego he ido encontrando cómo sentirme incómodamente
cómoda con lo que escribo. Creo que eso es lo mejor y más honesto
que puedo ofrecer, y en ese camino sigo hasta que deba seguir.
Gracias profundas a
Aldán, gracias a este año, gracias a quienes han leído. Yo soy fan
de celebrar los aniversarios que tienen que ver con mis decisiones y
mi historia personal; y como ésta no puede contarse sin mi columna,
me pareció un buen momento para hacer un alto y un recuento.
Dicho lo cual, sigamos verdehumildeando mientras se pueda.