Escribió tanto que sus piernas eran ya una extensión del brazo y la palabra: deseaba su conciencia probar a aquellas otras que el poeta no estaba destinado a la evolución: lo natural, decía, era el retroceso. Entonces se volcó en tierra de nadie y fue perdiendo años, malicia... poco a poco se sintió menos proclive a decir, así que comenzó a dibujar y a hacer origami. No pasaron ni dos meses para que el caparazón lo cubriera y se quedara inmóvil, fascinado de sí, creyendo que su malvado plan acabaría con esa patraña de la experimentación poética.
Lo encontraron una semana después, tieso y sonriente dentro de lo que podría ser una ostra, con una perla falsa en las manos que ganó el primer premio póstumo en el concurso de poesía performativa.
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